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ateo poeta

 

aquella noche le brillaban los ojos como joyas,

como embalses, pero no quiso esconderlos

a las decenas de miradas que le interpelaban

en las escaleras del metro, en cada vagón,

entre el tumulto, a dónde vas, qué anhelas,

cuáles son tus coartadas, pero no quiso esconderse

de su memoria, de las melodías hipnóticas

que repercutían en su tristeza, las cadencias otoñales

de George Winston, esos lamentos de Antony,

aquellos blues de Ali Farka Touré & Ry Cooder,

Nick Cave, otra vez, qué animal con secretos

se escondía indomable, infranqueable tras la luz

que escupían sus poros y era salpicada por la lluvia

tenaz, Madrid, Puerta del Sol, diciembre,

tantos años a cuestas y esa mirada en guerra,

de niño ávido por desvelar las cartas marcadas

de tantas niñas en guerra, sus lenguas cortantes

en La Boca del Lobo, los cuerpos húmedos,

no podría esconderse, hacerse invisible, mobiliario

urbano, para conocer las armas de la seducción

debía jugar en la oscuridad, bailar hasta la muerte,

apostar sus ojos, arriesgarse a perder y vagar,

pagar las copas a siete euros, recubrir con algodón

sus pepitas de oro, se subió al búho, abrió el periódico

por el artículo sobre los “low cost” que había dejado

a medias y volvió, somnoliento, seguro, a una casa

que flotaba sobre los mapas

 

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