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ateo poeta

parece cine

parece cine

 

Cuando en su momento vi la magnífica “Dogville” (Lars von Trier, 2003) ya dejé huérfano a este blog de mis impresiones. Ahora, después de ver la última película del mismo director, “El jefe de todo esto” (2006), no puedo prolongar más la indiferencia. Y, ante todo, lo que me gustaría resaltar es que las dos son narraciones perturbadoras y brillantes. Reconstruyen de forma verosímil varios conflictos morales en torno a la ayuda, el abuso, la venganza, la manipulación… Y son brillantes, además, porque discurren al modo clásico de “presentación, nudo y desenlace”, pero con originales e inesperados detalles en cada escena y escenario. Ahora bien, parecen cine; pero parecen, mucho más, teatro. El mismo director ha declarado hace poco que cada vez es menos dogmático con respecto a los principios del movimiento cinematográfico Dogma que contribuyó a abanderar hace más de una década. Pero en ambas películas todo se concentra en los personajes y los diálogos. A su alrededor, el paisaje crudo. Para el consumidor masivo de productos audiovisuales, la ausencia de abalorios en estas películas -de música, de movilidad geográfica y de peripecias artificiosas con la cámara- genera inquietud, pero también concentración en el relato. Puro teatro. Lo mejor de “El jefe de todo esto” es el humor que destilan los absurdos acontecimientos que le van sucediendo al insólito protagonista: un fracasado actor que es utilizado por el dueño de una empresa de informática para representar el papel de director de la empresa. Puro metateatro. El dueño ha pasado años oculto entre el resto de empleados para así ejercer mejor su dominio sobre ellos: inmiscuyéndose impunemente en sus sentimientos más íntimos (y manipulables). Ahora quiere vender la empresa a una firma islandesa y en la transacción será despedido todo el personal sin ninguna compensación. Los daneses representan el papel de los “sentimentales” habitantes del “sur” nostálgicos de su imperio colonial sobre los islandeses, ahora bajo el prototipo de más disciplinados, productivos y con mayor racionalidad empresarial. Otro metarrelato. El actor descubre un público inesperado para sus dotes interpretativas, pero también una oportunidad para ser fiel a su ética. Fiel hasta la suma contradicción. Como todos los demás. Y las consecuencias finales, inesperadas y dramáticas, ya no parecen responder a la voluntad de ninguno de los personajes en particular. Pura sociología.

 

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