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ateo poeta

jam sessions

jam sessions


Algunas amistades me extraen una sonrisa complaciente cuando me dicen que siguen este blog de vez en cuando. Es evidente que pocas veces dejan rastro de sus visitas. (No me extraña, soy muy mal anfitrión: siempre me olvido de dejar unas pastas de té por aquí). Pero son visitas de agradecer. Modales discretos que me dan la sensación de estar siempre tejiendo vínculos invisibles. Secretos compartidos. Ojalá que sean perdurables. Como los ojos llenos de vida y de lucidez. Como la agilidad de las manos y los horizontes sin cables entorpecedores.


Un día me propuse que esta bitácora serviría para trazar algunas regiones de mi atlas de experiencias. Más o menos artísticas, pero sin ánimo de exhaustividad. Unas crónicas sin pies ni cabeza. Puntuales, pero ocasionales. Puntuales, pero suspensivas. Por eso a veces me abandono y me entierro debajo de montañas de obligaciones y libros que traicionan, a mi pesar, el reanimante sentido poético de la vida. Hasta que todo vuelve a brotar.


Al margen, pues, de los insípidos platos burocráticos de cada día, los paisajes del alma se han nutrido en las últimas semanas de algunas exquisitices. Dos de ellas las incorporo a la categoría mnemotécnica de “jam sessions”. Una ocurrió en Barcelona, en la sala Area, una escuela de danza. Durante varias horas tres músicos improvisaban embriagadoras melodías mientras decenas de personas improvisaban bailes de contacto. Me quedé estupefacto ante tanta belleza de mezclas, pasos, sudores, miradas perdidas, sonrisas, cuerpos livianos, arpegios, punteos, sombras, todo el suelo recorrido. No se puede decir que aquéllo fuera plenamente espontáneo, pues se percibían muchas horas detrás estirando y recogiendo los músculos, aprendiendo los recovecos de las parejas. Y, seguramente, toda esa ágil escultura del aire sólo está reservada para jóvenes criaturas (más o menos garridas, aunque hasta las menos pueden dejarte atónito al mostrar cómo gozan de sus cuerpos). Lo más fascinante, en todo caso, era el ritual colectivo que se fraguaba. Con sus sutiles códigos latentes, pero cargado de sensualidad, de juego y de una dulce evasión del tiempo. Le debo a Chío llevarme de la mano hasta detrás de estas bambalinas, infinitas gracias.


De la otra “jam” de ayer, en la sala El Junco de Madrid, me reconozco el principal instigador. En principio íbamos allí a bailar música negra, funk y otras reminiscencias setenteras. Nuestra sorpresa fue encontrarnos con un delicioso concierto de blues-rock sin una banda fija. Del escenario entraba y salía todo tipo de músicos que no paraban de afluir al local a lo largo de la noche. De nuevo ese espíritu de camaradería, de círculo secreto, de complicidades, de entrega generosa de tu arte, de sentimientos arrancados de las entrañas y alimentando el aire que respiramos, de caderas cimbreantes, de percusiones sin tibiezas. Entonces, en la oscuridad, piensas en los momentos sublimes, en las casualidades, en la búsqueda casi instintiva de todo lo que puede acariciar tu alma. Sin hacer muchos esfuerzos. Sólo con la disposición a bucear. A entender lo que otros crean y, a la vez, lo que sintoniza con tus creaciones. Con tu placer en este mundo. Por muy efímero que sea. Entre el tedio y el cansancio de las grandes ciudades, este tipo de aventuras te proporcionan una cálida sensación de júbilo y de humanidad. Y un nuevo mapa de los puntos-manantial en los que te puedes surtir de inquietudes gemelas. Mi recomendación: emprende la travesía en buena compañía, que cada cual lo traduzca a su propio idioma.



3 comentarios

Meiga en Alaska -

Desde luego, entiendo lo que dices. Yo en cambio, creo qeu lo que justamente necesito en estos momentos es esa soledad, recogimiento y lentitud. Estoy disfrutando como nunca hubiera imaginado, mi destierro polar :)

Biquiños, cuñado guapo

ateopoeta -

Te entiendo porque ahora, curiosamente, utilizo mucho el ejemplo de Alaska como lugar extremo donde no me iría por nada del mundo ja, ja.

También es cierto que la soledad, el recogimiento y la lentitud son imprescindibles para no sucumbir a las locuras consumistas y aborregadoras. Pero yo estoy seguro de que necesito explorar la diversidad humana que bulle en las ciudades, buscar éstéticas (y éticas) sugerentes, reconocer a mis afines y a mis distantes. Y en esas andamos.

Gracias por la visita, anyway.








Meiga en Alaska -

Esas son las cositas que hecho de menos en Alaska. Poder decidir un día que quiero ir a un concierto, o a un espectáculo de danza o teatro... y no simplemente reducirme a lo que me pueda ofrecer el mundo audiovisual a través de los dvd ( a los cuales estoy eternamente agradecida, por otro lado) de películas.

Me alegro que estés descubriendo nuevos mundos de la mano de mi hermanita hermosa.

Besos, guapo