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más desamores

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“Julia sólo quería marcharse cuanto antes de Barcelona. «Dejarlo todo. Dejarlo atrás.» Bajo amenaza de demanda, Gaspar acabó aceptando un borrador de mutuo acuerdo. Según este borrador Virginia se iba iba con su madre a Santiago, donde empezaría el nuevo curso, después de pasar el mes de julio con su padre. Julia había alquilado un piso por teléfono, la matriculó en un colegio cercano. De nada de esto Gaspar se quiso enterar. Todo le parecía espantoso, y lo único que quería era asegurarse las vacaciones íntegras del verano. Navidad y Semana Santa con la niña, verla en Santiago cuando le diera la gana, llevársela al extranjero. Introdujo una cláusula en su propuesta que a su abogado le dejó los ojos como platos: «La cónyuge no podrá moverse del estricto marco de la comunidad autónoma gallega.» Ésas eran las aspiraciones de Gaspar, de aquel demócrata de izquierdas, de aquel antifranquista, de aquel culto señor. Uno de los principios de la constitución española protege del derecho de sus ciudadanos a moverse libremente por su territorio, pero es que Julia no era una ciudadana libre, no al menos para Gaspar. Por descontado, la casa se la quedaba él, y el ajuar. Después de levantar dos casas, de poner en orden la vida de Gaspar, Julia se llevaba un hatillo de estudiante y una hija. No pidió más. Pero lo del verano lo discutió. Se peleó para que sólo fuera un mes; acabó cediendo todas las vacaciones sin restricción, para que aquella locura acabase de una vez. En medio de las delirantes deliberaciones, se encontraba con él por la casa. «Si sólo me abrazara, si sólo me dijera quédate, no te vayas.» Pero aquella frase nunca llegó. ¿Pensar en abrazar a Julia? ¿Pedirle que se quedara, que recapacitara? Ni por asomo se le pasaba por la cabeza. Aquella mujerzuela era una alimaña, ¿cómo no lo había podido intuir? ¿Cómo había podido enamorarse de una cosa tan baja? ¡Se había atrevido a separarse de él, a hurgar en su patrimonio! ¡Había investigado en sus papeles del registro! Cuánta razón tenía Frederic cuando hizo su diagnóstico. «Las chicas de ahora no son como las de antes, papá.» Eso le había dicho Frederic a Gaspar cuando Julia apareció en escena. Aquella niña que tanto había querido, por la que todo lo había dejado, su palacio de desahuciado, su vida de divorciado, ahora se descubría como una verdulera. ¡Hasta se había atrevido a mandarle a la mierda! ¡A él, a Gaspar Ferré! Aquella jovenzuela le había dado una hija y ahora lo dejaba plantado, arrancaba a Virginia de Cataluña, de su familia. Gaspar prefería no pensarlo, se sentía fatal.”

 

Luisa Castro, La segunda mujer

 

 

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