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ateo poeta

Una palabra tuya

Una palabra tuya

El principal aliciente para ver Una palabra tuya (Ángeles González-Sinde, 2008) era, simplemente, una película anterior de la misma directora que me sorprendió en su día por muchas de sus virtudes (La suerte dormida, 2003). En esta ocasión desconfiaba inicialmente del tipo de historia que pudiera narrar pues la novelista de la que se ha surtido, Elvira Lindo, no es especialmente santa de mi devoción. Pero, la verdad, pocos novelistas y pocos directores se arriesgan a retratar a la clase obrera, con sus disyuntivas, apuros y anhelos. Y, sólo por eso, ya merece la pena asomarse a la ventana que le brindan las cámaras. (Sin concesiones, eso nunca, a la exigencia artística de conmoción y evocación.) En esta película dos mujeres acaban trabajando como barrenderas nocturnas en las calles de Madrid. Una de ellas, Rosario, incluso había comenzado una carrera universitaria y quizás fueron, más que nada, las frustraciones personales que vivió en su familia, al filo de la clase media, las que le condujeron a ese destino laboral. La otra, Milagros, procedía de una aldea montañesa y de una prematura orfandad que la llevó a vivir en la ciudad con un pariente taxista. Rosario padece una lacerante falta de autoestima y la carga sobrevenida de cuidar sola a su madre anciana, convaleciente y agriada. Trabaja, casi a escondidas, limpiando en el Banco de España. Milagros sobrelleva su soledad y su desconsuelo con una desinhibición exagerada, canturreando y bailando en cualquier lado. Conduce, un poco a lo loco y sin carnet, el taxi de su tío. Mientras la primera vive ensombrecida y amargada, la segunda esconde sus sombras y deseos con actitudes precipitadas... Es una pena que se resuelvan con torpeza y recurriendo a manidos tópicos sentimentales (la maternidad por azar o el emparejamiento-a-falta-de-algo-mejor) el dilema central: cómo se fraguan la amistad (y el amor unilateral), entre ambas protagonistas, con todo el lastre moral y de subsistencia personal que arrastra cada una. Como me ocurrió en su día con Mataharis (Icíar Bollaín, 2007) o con En un mundo libre (Ken Loach, 2007), pensaba obviar este comentario al no salir de la sala oscura con una sensación sublime, pero al ver otras películas realistas tan condescendientes con el despreocupado “encanto de la burguesía” (pienso en la destacable Caos Calmo -de Antonello Grimaldi, 2008- con todo un alarde narrativo minucioso que nos induce a comprender las vicisitudes de un alto ejecutivo), no tengo duda de hacia dónde orientar mis recomendaciones.

 

 

 

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