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ateo poeta

melodías obsesivas

melodías obsesivas

 

 

Muchas veces me ocurre que una canción se incrusta en mi cerebro y suena una y otra vez, una y otra vez, durante días. Me gusta esa sensación. La melodía suele ayudarme a sentir con más clarividencia mi estado de ánimo. I’ll bet you thought I’d never find you de Jon Hendricks (http://media.putfile.com/Ia-ll-bet-you-thoug), tiene esas cualidades propias de una oruga en el cerebro. Combina sabiamente esas dosis de alegría y de tristeza que precisas para mantener el rumbo en aguas turbulentas. Una especie de astrolabio sonoro, un refugio íntimo. Cuando la obsesión hubo amainado, busqué sin éxito el texto exacto de la composición. Pero en internet debe haber tanta sobrecarga y redundancia de convenciones como en nuestros contornos más inmediatos.

 

Fui tarareando aquella canción muchas noches y mañanas, de camino al Malaya. Al pasar habitualmente por la Plaza del Ángel vi que en uno de los cafés actuaba todas las noches, durante una semana, otro de los magos del jazz, Ben Sidran. Recordé, de súbito, su concierto para García Lorca (http://media.putfile.com/aint-necessarily-so_Ben-Sidran http://media.putfile.com/Ben-Sidran_Look-here). El disco lo había grabado en mi ordenador cuando lo descubrí, hace unos años, en la casa de una amiga alemana en Amsterdam. Y me había conmovido e hipnotizado desde la primera audición. Más melodías arrebatadoras para los tiempos muertos. Creo que las entradas eran de un precio abusivo, veinticinco euros o más, y mi economía no está para excesos. Además, la experiencia casi surrealista y poética de defender aquel palacio centenario de las garras de los especuladores inmobiliarios, aún a costa del sueño sagrado, me resultaba mucho más enriquecedora.

 

El Malaya fue desalojado el primer día de diciembre por los lacayos policiales y judiciales a sueldo de mafiosos o, cuando menos, cómplices de sus hurtos y tretas. A mi edad ni siquiera siento rabia, lo analizo con frialdad, pero, irremediablemente, acabo cambiando de sintonía mental. La noche del desalojo ya no estaba sumergido en aquella niebla de fantasmas. Me había encerrado unos días en casa, lejos de Madrid, a finalizar varios trabajos que ya no podían demorarse más y a estar con mis hijos. Entonces es cuando Ben Sidran vino a visitarme de nuevo. Esa elegía alegre, esa memoria de la injusticia envuelta en blues y humo. En su homenaje, el viejo jazzman nos hace revivir el optimismo del poeta en Nueva York, lo que nunca muere por mucho que maten los cerebros embotados de vacío y mercenarios.

 

Siempre me ha sentado bien escuchar música o la radio mientras trabajo. Para tomarme un respiro, o para desconfiar de esa concentración enajenadora a la que te arrastra todo esfuerzo intelectual, por mucho que te gratifique a su vez. Comporte clarividencia o sensaciones más pasajeras, es asombroso cómo se entrecruzan todos estos hilos. (Claro que esto no sé a quién le puede importar un pimiento -¿a un posible torturador, quizás? Pero es que es domingo por la tarde, espeso y encapotado, y el trabajo no anda muy ligero. Así que me aprovecho de este espejito para dar rienda suelta a la búsqueda de cómplices en la perplejidad. Disculpen las molestias.)

 

 

 

2 comentarios

mario -

Y esque yo no se responder con poesía, pero unas palabras como estas, te pueden alegrar el día.
PERO QUE BIEN ESCRIBES.

Polikarpov -

Los domingos por la tarde deberían servirnos para celebrar la vida, aplazar trabajos, mirar a los ojos, pasear bien abrigados por la ciudad cogidos de la mano de un amor, saber que hubo un tiempo en que se desalojaban también cerebros.

Perplejos si, pero no derrotados. Miras a tu amor a los ojos y ¿que ves?, ¿ves acaso derrota, perplejidad, cansancio?. No ves que te ven, te miran, te tocan la piel y más allá. También suena la música. Otra. A veces es mejor orientar el esfuerzo intelectual a escribir en un lugar donde nada queda. Lo llaman sexo. Yo lo llamo ternura y risa.