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La Ola

La Ola

 

“¿Cómo eran las cosas entonces? ¿Cómo engañaron los nazis a la gente? ¿Cómo se nos podría engañar de nuevo hoy? ¿Podría algo así suceder aquí y ahora en una escuela normal? ¿Qué habría hecho yo? ¿Habría seguido la corriente?” Estas son algunas de las preguntas que se planteó Dennis Gansel, el director de Die Welle (2008), antes de rodar esta historia con aires de experimento psicosociológico. Lo cierto es que el experimento se desarrolló efectivamente en un campus norteamericano en 1967 con el objetivo de demostrar que la “personalidad autoritaria” y la “obediencia a la autoridad” son muy probables cuando se crean una condiciones adecuadas: uniformes, lemas y consignas, saludos estereotipados, culto al cuerpo y a la raza perfectas, espíritu de grupo, liderazgo carismático, análisis simplistas de los problemas, etc. O sea, que el fascismo (y cualquier sectarismo y autoritarismo) siempre se erigiría sobre unas predisposiciones psicológicas y grupales bastante universales. Para llegar a conquistar el poder político es evidente que también necesita alianzas con las élites económicas y una maquiavélica inserción en el sistema de partidos políticos, como Hitler, Berlusconi, Haider y tantos otros han demostrado de sobra. Pero tanto el experimento como la película señalan a una escala de la realidad más próxima, a la de nuestros pares, especialmente en la edad adolescente y juvenil en la que se forman nuestras principales ideas políticas.

 

La Ola es, de hecho, el nombre que eligen para designar el “movimiento” que un profesor, Rainer Wenger, crea en una clase de un instituto de enseñanza secundaria. Este profesor se había encargado años atrás de impartir una asignatura de “anarquía” pero un profesor más veterano se la ha arrebatado en el curso presente, aduciendo que se la tomaba demasiado en serio (Wenger alega ante la directora que él sabe del tema precisamente porque había sido okupa durante cinco años). En consecuencia, le asignan impartir “autocracia” y decide tomárselo tan en serio que embarca a la clase en un experimento práctico en el que los estudiantes aprendan el tema a través de la vivencia de cada uno de los elementos de un sistema autocrático-totalitario (o, más bien, los gérmenes del mismo). El profesor se convierte en el mentor y dirigente del movimiento pero éste acaba cobrando vida propia fuera del aula. Se podrán apreciar así las dinámicas sutiles de imposición de sus mensajes, de exclusión de los no miembros del movimiento y del recurso a la violencia para conseguir la hegemonía social de La Ola. La película retrata con acierto los conflictos que se producen entre los profesores, en el matrimonio de Wenger y entre los estudiantes. Entre éstos es de destacar el papel disidente de dos chicas que se la juegan cada vez más para desenmascarar y atacar a La Ola. Y la patética escena en la que unos anarquistas se enfrentan con miembros de La Ola sólo porque éstos han tachado una de sus pintadas. Cuando Wenger se da cuenta de la trágica deriva que están tomando los acontecimientos decide intervenir para neutralizar el movimiento, pero ya es demasiado tarde, su escenificación no resulta como pensaba y los peores augurios acaban por cumplirse.

 

Es interesante comprobar que toda la historia transcurre en un entorno acomodado de un suburbio alemán. Aunque muchos estudiantes viven situaciones familiares turbulentas y se preocupan racionalmente por su inmediato futuro laboral, la mayoría pertenece a una clase media con recursos abundantes para drogas, alcohol, motos, coches, ropa y diversión en general. Y es asombroso cómo cualquier mínima arenga del profesor acerca de los supuestos agravios o diferencias que experimentan en sus vidas, prende la mecha de la “conversión” incondicional de los estudiantes. ¿Cómo será eso en los barrios empobrecidos en los que predican Le Pen y tantos otros descerebrados, cuando los agravios aludidos seguramente son mucho más acuciantes? El director de la película no tiene dudas al respecto: “Desde luego, ayuda tener una personalidad carismática. Alguien que realmente sea un líder con capacidades reales de liderazgo, que pueda persuadir a la gente, a quien los alumnos admiren. Creo que el sistema fascista es tan pernicioso psicológicamente que fácilmente puede arraigar en cualquier otro sitio y momento. Le das a gente que antes no tenía voz una parcela de responsabilidad. Formas una comunidad. Eliminas las diferencias individuales dándole a todos la oportunidad de distinguirse. Creo que eso es algo que puede funcionar en cualquier lugar. Especialmente en algo como el sistema escolar, y eso lo sabe cualquiera que haya ido al instituto: están los chicos populares, los líderes sociales, los que están arriba y luego un montón de gente que son más o menos tímidos, y en quienes no te fijas. Estoy seguro de que si de repente le das la vuelta a un sistema como ese, ocurriría de nuevo.”

 

 

 

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