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ateo poeta

La clase / Entre les murs

La clase / Entre les murs

 

El autor de aquella inolvidable Recursos Humanos (Laurent Cantet, 1999), nos vuelve a sorprender con esta magistral cinta a medio camino entre el documental y el cine social de denuncia: Entre les murs (2008) (titulada “La clase” en español y ganadora del festival de Cannes de 2008). Esa transgresión de los géneros constituye una de las primeras provocaciones: todos los actores se interpretan a sí mismos, pero todo parece una representación (eso sí, verídica y auténtica si no sospecháramos que han tenido que repetir, recordar y mostrar escenas que en su día vivieron de otra manera, aunque intenten ser lo más fiel a sí mismos que les sea posible). Esa verosimilitud de lo que es una quimera imposible no deja de ser, no obstante, fascinante. Y llegamos a ser persuadidos del efecto de realidad: nuestras escuelas son algo parecido a eso que ahí se intenta presentar. Ahora bien, en cuanto se entra a debatir con profesores y otros espectadores de la película, lo que ahí se ha visto adquiere perfiles de lo más diverso. Donde alguien ve como héroe al profesor de secundaria lidiando en sus clases con la tozuda realidad propia de en un barrio lleno de inmigrantes de segunda generación, otros ven los muros asfixiantes, la jerarquía escolar arbitraria, la insensibilidad ante las diferencias culturales y el inconsciente trabajo docente orientado a construir profecías autocumplidas sobre el futuro de sus discentes. En este último caso, el héroe deja paso al bienintencionado policía de las conciencias que reparte ciegamente premios y castigos, que esconde con sigilo sus armas de dominación y al que, afortunadamente, esos adolescentes díscolos no dejan de revelarle, un día tras otro, lo absurdo de ese sistema de disciplinas y currículos diseñados en los despachos de los intelectuales de la nación. Todo depende de nuestra mirada. Al director le queda el arte del montaje para volvernos estrábicos, para hacernos dudar ante hechos equívocos. Unas ciertas dosis de profesores “quemados” y al borde de un ataque de nervios, una ración de madre africana que no sabe ni una palabra de francés, una cucharadita más de microviolencias en el aula y de alumnos expulsados vagando de un centro a otro. Todo bien montado y listo para abrir un boquete en el muro de unas aulas que guardan celosamente los mismos profesores y los inspectores y guardianes de una situación dolorosa y patética. Por eso tantos padres, madres y profesionales del gremio aplauden la película. No porque sus miradas denuncien lo mismo que el hábil montaje del director o lo mismo que tiembla en las miradas de esos niños y niñas que sienten como una batalla cotidiana su asistencia obligatoria a unos centros donde pocos, muy pocos, les entienden. Han pasado unas semanas desde que la vi y aún sigo temblando yo también al imaginar qué pensarían esos “actores” al sentir aquella cámara tan cerca de sus pieles y sus intimidades, qué desearían mostrar y ocultar, adónde irían sus vidas una vez que fueran públicas, cuántas puertas más seguirían cerradas a pesar de las luces y la apariencia de “acción” ante millones de mirones intranquilos, pero pasivos y condescendientes. Toda una lección de arte.

 

 

 

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