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Historia del amor

Historia del amor

 

El libro en el que Dominique Simonet entrevista a distintos historiadores y escritores acerca del amor lleva un título algo pretencioso y que puede dar lugar a demasiadas expectativas: La historia más bella del amor (Courtin et al. 2004). Es una lectura ensayística y divulgativa, no obstante, bastante amena. Deleita como ejemplo de cambio social a la vez que ilustra rigurosamente sobre mitos harto repetidos como el amor libre, la universalidad de las instituciones de “pareja” o el sometimiento de la mujer. En realidad, no se cuestiona sólo la existencia del amor, sino su vínculo con la sexualidad, el matrimonio y las relaciones entre hombres y mujeres. En varios capítulos se sugiere, además, que el arte en todas sus expresiones (plástico, literario, cinematográfico, etc.) no habría reflejado tanto los comportamientos corrientes en cada época acerca de dicha materia; más bien los habría desfigurado dando pie a distintas idealizaciones, sublimaciones y convenciones toleradas sólo en ese registro de la realidad simbólica. Las penurias, represiones y miserias al respecto de la vida amorosa han sido más la regla que la excepción. Sólo algunos grupos sociales en circunstancias favorables (campesinos sustraídos al yugo de la Iglesia, cortesanos proclives a las orgías, viudas de guerra y adúlteras, etc.) y, de forma más generalizada, desde mediados del siglo XX, pudieron experimentar formas más libres de compartir y disfrutar.

 

En todo caso, el conductor de la obra lanza a menudo la siguiente cuestión: ¿son universales, en todo tiempo y lugar, los sentimientos amorosos? La mayoría postulan que sí, pero los detalles y las pruebas son muy escurridizos. Sobre todo, desde el momento en que dichos sentimientos no pueden disociarse de las normas públicas de conducta, de las instituciones dominantes y del control social sobre la procreación biológica. El reciente “conocimiento” (para muchos, sólo invención, discursos e interdictos) sobre la sexualidad y sobre el amor (en su sentido romántico, de apego afectivo duradero) habrían generado un ámbito propio de realidad e interés en constante crecimiento cuya manifestación más destacada fue la llamada “revolución sexual” de la década de 1960. En otro célebre ensayo, Alain Finkielkraut y Pascal Bruckner (El nuevo desorden amoroso, 1977) ya habían diseccionado algunos de los nuevos dogmas de la “dictadura pansexualista” de este último período histórico. El mismo Bruckner y la novelista Alice Ferney, sin embargo, ponen más énfasis ahora en la educación sentimental y en la responsabilidad autónoma (“el amor es eso que existe entre dos individuos capaces de vivir juntos sin matarse”) dentro de un contexto de necesaria incertidumbre y de diversidad de opciones: “no se disfruta del amor sin esfuerzo”, hay que elegir, cuidar, potenciar; “el amor no es una empresa fácil” y “es un error esperarlo todo de él”. Nos han llegado muchos vientos de libertad sexual hasta nuestros días, pero el arte de amar sigue consistiendo en un titánico y complejo reto del que aprendemos torpemente, casi siempre al margen de las escuelas, los progenitores y los modelos mediáticos.

 

Por último, aunque el libro subraya con acierto múltiples elementos relevantes para la reconstrucción histórica que se propone, lo cierto es que ofrece una visión muy eurocéntrica de estas materias. Se echa en falta una atención, cuando menos puntual y respetuosa, a las sabidurías y prácticas orientales (la filosofía tántrica, sobre todo) y del resto del planeta. Pero esa es otra historia que podrán glosar, seguro, lectores más eruditos que este escribiente.

 

 

 

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