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ateo poeta

Patada en el estómago

Patada en el estómago

 

La 6ª Muestra de Cine de Lavapiés, completamente autogestionada por gentes muy voluntariosas y que ofrece interesantes proyecciones gratis para cualquiera que se acerque por El Solar okupado o por algunos de los otros locales colaboradores del barrio, nos ha regalado este año, entre otras, una cinta que a mí me había pasado desapercibida: Linha de Passe (Walter Salles y Daniela Thomas, 2008). Por un lado, me maravilló todo el lirismo de las imágenes de una ciudad al alba o al crepúsculo, o planeando por las indefinidas favelas acumuladas en las colinas de São Paulo (por cierto, en este pasado curso una alumna brasileña nos mostró en clase una imagen de uno de esos barrios y nos solicitó nuestro análisis crítico... nadie observó nada raro hasta que ella nos señaló que la imagen estaba al revés...). Por otro lado, la interpretación de los cinco personajes centrales es verídica, realista y dramática desde el primer segundo. Cada uno de los cuatro hijos de una madre soltera y pobre que limpia en casa de una familia adinerada, va trazando sus complicadas vicisitudes por sobrevivir en una ciudad donde parten de cero o, como en el caso del dotado aspirante a futbolista, donde la competencia es feroz y siempre hay mediadores aprovechados de las miserias ajenas. El más pequeño de los chavales emprenderá la temeridad de conducir un autobús, quizás buscando la quimera de su padre desconocido. Uno de los hermanos estará tentado de pasar la línea entre su trabajo como mensajero en una moto que nunca acaba de pagar, y el robo de bolsos en los coches aparcados en los semáforos. Y otro se debate continuamente entre las parábolas evangélicas siempre fallidas y su diletante conciencia y tentaciones. Lo mejor de la película es que no es un simple retrato de la pobreza ni un discurso moralista con un final preconcebido: se trata, más bien, de una minuciosa indagación sobre los terribles momentos de bifurcación a los que se enfrentan personas que viven en la pobreza urbana, sumergidos en la invisibilidad y en una violencia económica que les trufa de obstáculos todas sus acciones. El final queda muy abierto, pero no impide sumirte en una angustiosa tristeza y en la rabia indignada. Lo peor de todo ello es la convicción que te arroba desde el primer momento: millones de personas más en decenas de megalópolis se hallan en esas tesituras cada día. Una auténtica patada en el estómago.

 

 

 

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