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ateo poeta

llueve sobre mojado

llueve sobre mojado

 

Prefiero los veranos templados, verdosos y

húmedos como el inquietante deseo que

traslucen tus iris. El paso de ciclistas con

sus axiomas metódicos y antiguos tranvías azules

a una velocidad media, sin mayores estridencias.

Prefiero el coro de todas las brisas que mecen

a los solos y a los soleados. Desde cualquier punto

de vista, inclusive el del tiránico corazón. Demasiada

calma contradice la clarividencia del espíritu,

la floración de sus invenciones, de sus humores

y finos desacuerdos. Prefiero a los cánidos que pasean a

sus omnívoros dueños, pero eso ocurre en todas

las estaciones y el principito no tiene quien le escriba.

Prefiero un poco de lluvia que alegre lo seco y

dar un poco sin pedir a cambio porque también

se llega peleando a la plata o al bronce. Soy

caprichoso, tengo apetitos, puedo, incluso, amarte

a lo lejos sin un plan preconcebido para resistir

al invierno. Pero también soy proclive al ascetismo,

a veces torpe, y a la incrédula contemplación. Por eso

me confieso: ¡vivan las aves migratorias y las bayas

silvestres! ¡calcúlense las áureas proporciones de las

onomatopeyas! ¡cuelguen sus hábitos los carceleros

del desierto! ¡que nos reciban abundantes las fuentes

de nuestros destinos!

 

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