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ateo poeta

las once y un minuto

las once y un minuto

 

¡Me sufragas con tanto amor supremo, soberbio,

pan de leña, besos distraídos, extinción de fronteras

en lo que toca de tu piel a la mía!

 

Que hasta las orquídeas parecen inmortales

y nuestra voluntad y deseos se trenzan

sin remedio ni solución de continuidad,

ajenos a las órdenes, dueños de su insólita

naturaleza.

 

Ni las firmes placas tectónicas ni la más

hambrienta de las bestias resistirían el embate

de tanta florida abundancia. Sin una pizca de ruido.

Con ese rozamiento que sólo oímos porque

lo anhelamos.

 

Estoy en tus filamentos. En tus borrascas y

anticiclones también. No puedo irme a ningún

otro lugar imaginario pues soy mis raíces

en ti. Y no se puede seccionar lo que es totalidad

excepto como espurio ejercicio matemático o

como el salto de pértiga o del esquiador que

contemplas con el aliento en vilo.

 

Me afirmas y me persuades, aspiro cada partícula

de tu polvo de estrellas, lo ignoto se presenta

menos envalentonado y nos brotan músculos

de la simple alegría. Veo que son las once y un minuto

de la mañana y me pregunto por qué casi todo

lo demás carece de sentido.

 

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