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ateo poeta

 

Aunque el Rastro

ya no es lo que era

-te espeta ufano

cualquier gato de pro-

sigue concitando mi fascinación

y melancolía.

 

Ahora que su murmullo

asciende por mi balcón

cada mañana

dominical,

he pasado a formar parte

de sus alhajas

y marroquinería, de sus tinglados

y encurtidos,

de sus rostros

a tientas

y de los enseres

de segunda mano.

 

Me despiertan los primeros

hierros encajados,

los primeros sorbos

de cafés humeantes,

los turistas

madrugadores

sin resaca.

El caudal de cuerpos

se inflama

y arrastra la palabra

del mercado

por las aceras y calzadas

que se desdibujan.

Es tanto el barullo

que hay roces

y ósculos invisibles,

velos,

músicos apostados,

marcos vacíos.

 

Fisgones

y carteristas

que hacen su agosto.

Antiguallas

y libros amarillentos,

herramientas a la deriva,

inciensos,

oportunidades

que se aprovechan

de la aglomeración

y de la periferia.

Fotografía

pintoresca, inspecciones

policiales,

orfebres

del vivir a salto

de mata.

 

Se exalta el mediodía,

se ingiere el aperitivo,

se recogen

los bártulos y declina

el fervor

de la masa transeúnte.

Regresa el silencio

a mi estancia,

la anunciada rutina,

el personaje

que habita

una ciudad inasible.

No hay otro tiempo,

sólo este dulce

desorden.

 

Comprender la luz

y sus sedimentos.

 

 

 

 

2 comentarios

ateopoeta -

aunque Sabina no es santo de mi devoción, cualquier buen recuerdo que el poema evoque ya colma de dicha el tiempo que ha demandado... gracias por la lectura y por compartir las evocaciones!

estación de minifaldas -

me ha recordado a aquella letra de sabina -con la frente marchita- que habita ese escenario...