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ateo poeta

 

Aquella mirada como promesa

cristalina de una felicidad cierta

pero ignota, indefinida, para qué

más, ya desbrozaríamos el camino

o colocaríamos las piedras a medida,

o nos olvidaríamos de la arenisca que

vuelve a cubrirlo, formando esas

dunas sin memoria, móviles,

reptantes, un pasado añil y dulce,

un amor que reverdecía y mutaba

como una barrera de contención

de los estragos del tiempo, atentos

a las nuevas fisuras, rebajando

el caudal de nuestra sed siempre

que el deshielo del invierno lo

exigiera, elevándolo sin permiso,

brotando salvaje desde una

oscuridad subyacente, nutriendo

aquel jardín imaginario en los ojos

ávidos y tenaces, arrastrados por

una fuerza ciega hacia nuestras

entrañas, sin necesidad de aplazar

más la búsqueda del sentido, del

abrazo que exprime los dolores

más anclados en el silencio de la

infancia, sin temor a la necesidad,

siempre nuestro vaso de agua y

la irisación de las palabras y de

las turbulencias e interrogantes

que cuidaban del fuego, aspirando

el aroma de las encinas muertas,

probando tu fruta prohibida como

si sólo así tuviéramos un punto de

apoyo para leer el mundo, para ser,

para engendrar, para hacernos

partícipes de las minúsculas dosis

de dicha y azar que nos unieron.

 

Fotografía: Nan Goldin

 

 

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