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ateo poeta

 

Cada amor define un territorio,

sus propias nubes, un clima,

la red fluvial de los pensamientos

que se encarnaron en palabras,

días y gestos que lo decían todo

incluso sin hablar.

 

Sabíamos que ese mundo residía

dentro de un mundo mayúsculo

y abríamos con curiosidad

las cartas con noticias

que llegaban desde el otro lado

de la frontera.

 

Sólo mucho después, en el retorno

a nuestro fuego, cuando despertamos

silbando y el porvenir nos regala

cerezas y tu cuerpo sigue ahí,

próximo y latente,

reconocemos cuánta ciega

confianza nos permitió andar

por un suelo tan poco firme.

 

 

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