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ateo poeta

 

 

Yo que casi soy un emigrante, que casi voy a dejar de existir aquí para no saber cómo voy a ser allí. Yo no sé qué palabras merecen la pena ya, si se vendrán conmigo o se plantarán aquí como cardos, borrajas, inexplicables amapolas. ¿Cómo se pronunciarán en idiomas exóticos? Antes de tomar esta decisión me hubiera gustado cerrarles la boca, coserles las palabras, exprimirles todas sus naderías. Sacarles los colores a quienes se molestaban, en voz baja o cínica, por quienes fueron casi inmigrantes aquí, a quienes nos arengan a los casi emigrantes allí, no sé dónde. Otro no lugar como todos estos no lugares que han esparcido por aquí, sin dejar rastro de sus números de cuenta corriente. Quién soy yo. Necesito preguntármelo cada día que pienso en desplazarme, nunca tuve patria, en eso me adelanté. Cómo pasa el tiempo, al menos necesito preguntármelo. Saber que sí, que hay un aliento ahí, una indignación aquí, miles de kilómetros que nos unen o nos separan, según el punto de vista. El archipiélago como destino. Recuerdo aquellos horizontes de secano de mi infancia, trigo, cebada, cuervos. Esos pueblos despoblados y, ahora, estas ciudades en armas, llenas de cadáveres que casi se quedan, que no acaban de expirar. Hay indicios de inventores entre tanto fragor, a su manera, elevándose a su cielo no trascendental. Haciendo a un lado la devastación. Lo que me llevo, inevitable, es mi definición de la guerra que, en verdad, vale la pena librar.

 

 

Fotografía: Olmo Calvo

 

 


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