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ateo poeta

 

La madre del deseo arropaba

como las primeras palabras

que se tejen en la memoria

sorprendida.

 

En los fogones se cocía

el misterio de la mezcla

y sólo imaginarse el sabor

inundando el cuerpo amado,

era ya arder.

 

De qué país habría vuelto

con la mirada salvaje e infinita.

 

Todo el almíbar en sus labios.

Un huracán aleteando alrededor

de sus sueños de bosque.

 

La hipótesis de un bancal

fertilizado, ojos altivos hacia

el valle donde la desnudez

se agazapa.

 

Al mediodía, las agujas del sol

penetraban la piel sin futuro.

 

Estar y oír con lentitud.

Su corazón donante de miel

y de tolerancia a la excelsa

incertidumbre.

 

 

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