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ateo poeta

 

La más alta y erguida de las ancianas

relata su historia sin titubeos, extiende

un brazo evocando cada imagen mientras

apoya su mano izquierda en la rodilla para

contener la agitación de su cuerpo aún

como un roble a pesar de la edad, en el

otro extremo del banco recibe los apuntes

de otra anciana que cubre su pelo cano

con un pañuelo blanco y aún conserva

el mandil prendido a la cintura, señal

inequívoca de haber estado preparando

la comida poco antes de la tertulia,

en el medio, una de esas mujeres resistentes

a las adversidades rurales frunce el ceño,

se esfuerza en comprender el mensaje y

su trascendencia, no es algo gracioso ni

un cotilleo vulgar, todavía siguen en

guerra por su aldea, por ese amasijo

de piedras infinitas, por la conducción

del agua, pensando en los que se han ido

por su propio pie o con los pies por delante,

la cuarta de las señoras se cubre los

hombros del frío y se tapa la boca

como una filósofa que prefiere examinar

los detalles y su revés con calma,

quizá se trata de habladurías y no se

deben tomar decisiones a la ligera,

si no, cómo habrían llegado hasta

aquí, no es acaso este tipo de reuniones

y consejos los que luego se filtrarán

en cada hogar, los que dejarán huella

en el resto de supervivientes junto

a la chimenea, en los colchones de lana,

su dignidad no conoce modas ni atascos,

son dueñas de todas esas ruinas y del

aire que las habita, de las fuentes limpias,

del bosque caduco, son cuatro flores

de nieve en todo su esplendor.

 

 

 

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