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ateo poeta

 

 

Dos equipos femeninos de voleibol

combaten en materia deportiva:

la selección nacional

de la República Popular China versus

las elegidas por la República Islámica de Irán.

 

No entiendo los subtítulos en la pantalla

y hasta me felicito por no reconocer

buena parte de la publicidad

que puntea el graderío.

 

Así presto atención

a lo que importa cada vez

que miro de reojo.

 

En este punto el lector o lectora

planteará una legítima cuestión:

que se manifieste,

que lo suelte ya.

 

¿Se trata de su rijosa perversión

por los cuerpos lozanos?

 

¿O de una mera afirmación liberal

y políticamente correcta: hay mujeres

en las canchas, en los estudios de televisión,

en el circo de la política, vean, son muchas

y capaces?

 

¿Acaso quiere incidir

en que los pañuelos sobre las cabezas

de las iraníes

y sus piernas y brazos a resguardo

de la intemperie lasciva

contribuyen al pluralismo

religioso?

 

¿O dirá, mejor, que “en realidad”,

“pese a las apariencias”,

“fíjense en los entrenadores

masculinos”,

“el encarnado color de la vestimenta”,

“la fuerza de sus rostros” o

"la primavera llama a las puertas

del estadio”?

 

¿Pretende hacer poesía

con el fácil recurso

a la crónica de banalidades

y chascarrillos?

 

¿Cuál es su altura lírica?

¿Odia, ama?

¿Es un pusilánime desertor del rugby?

¿En qué han acabado

las revoluciones en esas dos potencias

asiáticas?

 

¿Concluirá el poema

sin proporcionar un digno

colofón?

 

 

Fotografía: Henry Leutwyler

 

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