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ateo poeta

 

 

Te dije que escribo cada día y que así es fácil escribir o fantasear acerca

de esto o de aquello que tiene que ver con nosotros y con las circunstancias

meteorológicas o los pájaros que pasan y no se quedan a cenar, por no

hablar de las angustias invisibles que andan a pies juntillas, sin hacer

ruido, por el interior de la casa, aunque también se manifiestan de modos

abruptos e inesperados al calor de una metáfora u holgazaneando con

una cerezas estivales a pedir de boca y mirándonos por encima

del hombro.

 

Te dije que esta no es mi profesión y que, en realidad, no escribo todos

los días aunque sí pienso la mayoría de ellos, pero algunas ideas

es mejor no ponerlas en negro sobre blanco porque el mundo es triste

y yo preferiría que los manantiales prístinos y tus palabras que también

deben proceder de algún deshielo, inundaran mi memoria, que la gente

se emocionara al ver ascender globos aerostáticos sobre campos floridos

y al ver emocionarse a sus semejantes en lugar de hacer la guerra,

la compra y las cosas más banales y crueles que nos hayamos

podido imaginar.

 

Hay muchos días en los que mascullo y mascullo y no arranco a escribir,

la pantalla del ordenador me deslumbra y me paraliza, es un desorden

todo lo que quiero decirte y mostrarte cuando vengas a esta jungla,

los rincones sorprendentes de estas antípodas, mis sospechas de que

algo no va bien en este y en otros sistemas, mis crisis de identidad,

para qué ocultarlas si desdoblarse en personajes de ficción siempre

encierra un grano de sal verdadero, estrategias que pretenden

acorazar lo frágil, y, sin embargo, esos hilos resistentes ahí debajo

que mueven los dedos y mi extraña felicidad.

 

 

Fotografía: Sára Saudkova

 

 

 

 


Te dije que escribo cada día y que así es fácil escribir o fantasear acerca
de esto o de aquello que tiene que ver con nosotros y con las circunstancias
meteorológicas o los pájaros que pasan y no se quedan a cenar, por no
hablar de las angustias invisibles que andan a pies juntillas, sin hacer
ruido, por el interior de la casa, aunque también se manifiestan de modos
abruptos e inesperados al calor de una metáfora u holgazaneando con
una cerezas estivales a pedir de boca y mirándonos por encima
del hombro.

Te dije que esta no es mi profesión y que, en realidad, no escribo todos
los días aunque sí pienso la mayoría de ellos, pero algunas ideas
es mejor no ponerlas en negro sobre blanco porque el mundo es triste
y yo preferiría que los manantiales prístinos y tus palabras que también
deben proceder de algún deshielo, inundaran mi memoria, que la gente
se emocionara al ver ascender globos aerostáticos sobre campos floridos
y al ver emocionarse a sus semejantes en lugar de hacer la guerra,
la compra y las cosas más banales y estúpidas que nos hayamos
podido imaginar.

Hay muchos días en los que mascullo y mascullo y no arranco a escribir,
la pantalla del ordenador me deslumbra y me paraliza, es un desorden
todo lo que quiero decirte y mostrarte cuando vengas a esta jungla,
los rincones sorprendentes de estas antípodas, mis sospechas de que
algo no va bien en este y en otros sistemas, mis crisis de identidad,
para qué ocultarlas si desdoblarse en personajes de ficción siempre
encierra un grano de sal verdadero, estrategias que pretenden
acorazar lo frágil, y, sin embargo, esos hilos resistentes ahí debajo
que mueven los dedos y mi extraña felicidad.

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