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ateo poeta

 

Cuanta mayor es la intensidad

del trabajo, menos ganas me quedan

para moverme, estirar los músculos, discernir

la luz y lo sublime.

 

Llego a casa hecho un trapo. Perplejo.

¿Quién soy? ¿A qué hora oscureció?

¿Qué significan el amor, la fantasía, los derechos

humanos, la jornada laboral? ¿Cuándo

escribiré ese libro?

 

Mañana madrugaré para correr donde el lago

de los locos y los jabalíes. O haré yoga

en la clase vespertina, al final del día,

esa comunión y los límites. ¿Qué sentido

tenían las dosis de sufrimiento diligentes,

administradas con aquel placer infantil,

con la evasión de hace tanto?

 

¿Lo recuerdo hoy? ¿Es ya solo inercia,

mecanismo, acto reflejo? Poco

importa. El mundo se desangra por muchos

frentes. Lo que me ocurre y mis elecciones

tienen un radio de acción limitado.

Mis anhelos se sumergen aquí y ahora

en las mismas aguas turbias de quienes

me rodean. La vida es y no es.

 

También debo cocinar, cuidarme, no hacer

nada, mirar lejos, distribuir, tomar una onza

de chocolate, no hacer nada de nuevo,

no dar tregua, darla, poner en cuarentena

unos cuantos axiomas, incluso los más

íntimos. Es cansado estar siempre a la

gresca. Y es cansado meditar de brazos

caídos.

 

No moralizar. No faltan los héroes y heroínas

dándolo todo en sus radios de acción

limitado. La malla invisible que nos sostiene.

Voces anónimas que no firman sus

tesis ni memorias. ¿Quién suplanta a quién?

¿Cuándo se rompió la vajilla nueva?

 

Circulación. Lapsos.

Incorporar.

 

 

Fotografía: Sára Saudkova

 

 

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