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ateo poeta

 

Hoy corregía los textos crípticos y psiconaúticos de mis estudiantes como si las horas se detuviesen porque no había manera de pensar lógicamente y cada texto era un bucle sin fin donde los rayos vespertinos declinaban sin remedio.

 

¿Para qué la poesía (me lo habré preguntado tanto cada vez que los neobarrocos y los simbolistas y el romanticismo y la bohemia maldita y la conciencia crítica y el posthumanismo y demás tribus dejan caer sus guindas en los textos con pretensiones canónicas)?

 

Con la digestión de los quehaceres sucediéndose con vértigo y sin clemencia por las tuberías de la administración de formularios, el arrebato: debo quemarlo todo y cuenta nueva, ha sido un gran despropósito, no hay tiempo ni paz ni filantropía ni el lujo de la contemplación para cincelar el lenguaje con delicadeza, demasiada racionalidad para ganarse el plato de lentejas, todo ha sido una ilusión solipsista, balbuceos especulares, asonancias, desamor.

 

¿Y después qué? Esa historia ya me la conozco. Escribir no es una simple herramienta en bruto del lenguaje, sílex, traducción mecánica, sino órgano, prolongación, voluntad. Pasarán unos días de vacío y agujeros negros hasta que vuelva a latir como una hernia en el intestino reclamando su ración. Poco le importarán las acciones desalmadas de antes. Ocupará, contaminará cada acto que lo niegue.

 

Escupirá más textos, pretextos y contextos.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

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