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El viernes, ración doble en La Fábrica de Chocolate. Me sorprende la constante y variada programación de conciertos de este local vigués, enhorabuena. Hay unos cuantos más en la ciudad, pero en éste he recalado con cierta asiduidad en los últimos meses. Por el módico precio de cuatro euros tocaron dos grupos franceses: Buough! y Blindsight. No tengo ni idea de cómo clasificarlos. Los primeros tocaron sin pausa un único tema de casi tres cuartos de hora en una especie de punk psicodélico a machete, sólo con bajo, guitarra y batería, y letras ininteligibles. Los segundos practicaban una especie de punk-glam-rock que incitaba a un verdadero trance desarticulador de complejos. Tal vez sea más la simpatía con esas actitudes transgresoras que la delectación por melodías sólo ocasionalmente insinuadas, lo que me atrae de los conciertos filopunk. Después, no era extraño encontrar a aquellos jóvenes del público (mis años y los de algún otro marciano, seguramente, incrementarían ligeramente su edad media post-adolescente) por otros locales de la zona, como el Candela y O Koxo, con el telón de fondo de clásicos de los Ramones, La Polla Record o Kortatu.
Los dos días siguientes los dediqué a revisar la discografía completa de Nick Cave & the Bad Seeds -el trabajo solo, sin música, me resulta muy aburrido. Un amigo me la había pirateado recientemente, a petición, y ahí la tenía aparcada. Pero aquellos conciertos de principiantes me habían despertado el interés por ese más experimentado mago surrealista que ha ido evolucionando hasta parecer un auténtico oráculo de sensualidades. También el punk, el rock (algunos lo han adjetivado como gótico) y el glamour asoman irruptivamente en algunos de sus discos, pero las baladas misteriosas –algunas bien mórbidas- y toda una sugerente poética en las letras que alcanzo a entender, hacen que Cave rebose una suerte de vanguardismo bastante original e inclasificable. Así hasta que una canción de más de 14 minutos me deja estupefacto, ido, enamorado. Se titula “Babe, I’m on fire” y está incluida en la obra “Nocturama”, de 2003. Nada más que añadir. Sólo bailar, gritar, dejarse mecer.
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