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ateo poeta

 

Este es el último mensaje en este blog. Empieza un año nuevo y el blog ya se ha quedado viejo después de 10 años en la brecha. Ha servido bien a su causa: ser un espacio de experimentación y exposición de creaciones poéticas a medio cocinar. Con más o menos acierto. No estoy satisfecho de muchas obras, demasiado espontáneas y alejadas de mis criterios de calidad, aunque naciesen de reflexiones y emociones que quizá recupere de algún otro modo en el futuro. Tampoco voy a tirarlo todo por la borda y supongo que algún día cercano le daré unas cuantas vueltas más a los poemas que sean salvables. En cualquier caso, la rutina de escribir y de darle un sentido poético a la vida, y la exploración de la fotografía y de otras expresiones plásticas que han acompañado a esta escritura, han sido muy gratificantes. Este es un punto y seguido, pues; continuaré por otros medios de comunicación. ¡Gracias por la lectura y la complicidad! Nos encontraremos en el camino.

 

 

Ilustración: Louise Bourgeois

 

 

 

 

 

 

 

Nada puede,

ni las torpezas

ni el tráfico, nada,

ni siquiera el cansancio,

el despertador o los autobuses,

nada puede detener ya

esta arrolladora alegría

porque vienes

y los puntos cardinales

recuperan su perfecta

alineación.

 

 

 

Ilustración: Louis Bourgeois

 

 

 

 

Continúa este falso otoño tropical

y pienso en la nieve

que me espera al doblar la esquina

del año próximo.

 

Hay atisbos de un cielo encapotado

que disimula el fin

de una etapa, que ya es hora

de la digestión, de romper

los círculos y mudar

de perspectiva. Es la luz

fuente primera.

 

Escucho “Throw it away”

de Abbey Lincoln con esa rotunda

melancolía y también afirmando:

me exhorta a que el viaje

merezca la pena,

a no perder la noción de lo sensible

(anestesia y cínica plaza,

tan concurrida)

ante las heridas de este mundo

sucio y brutal.

 

Al frío ártico me trasladaré

con los objetos mínimos

para la supervivencia. Qué mejor

oportunidad para soltar lastre,

prescindir de lo accesorio

e interrogarme

sobre la intemperie.

 

 

Ilustración: Louise Bourgeois

 

 

 

 

 

 

 

¿Por qué y cómo mantener la llama?

 

Quizá importan poco la calidad

de la señal, la frecuencia, los eventos

más o menos rutinarios.

 

Dentro de las limitaciones, para mí

consistía en la memoria y la promesa

del deseo.

 

Un vínculo afectivo, inmersión. Los pilares

de una certeza.

 

Con más épica incluso: las brigadas

internacionales que se resisten a

la injusticia y a lo imposible.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

 

 

Las canciones antiguas que me acompañan

en las horas perdidas, desgajadas

de un silencio exterior y amorfo.

 

Anticipo los abismos que pueden suceder.

 

La contaminación del aire en los desiertos

industriales que ya han quedado atrás.

La mirada errónea del oficial de aduanas

que inspecciona mi pasaporte.

El espectro que vuelve a una casa

ajena.

 

¿Y qué es la solidaridad? Si prevalecen

las astillas, férreos eslabones.

 

Y, a pesar de todo, esa luz quemándome

y ese afán porque te aproximas.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

Las vidas de lunes a domingo

que son fábrica y paisaje desolador.

 

¿En qué gastar el tiempo muerto

y enterrado?

 

¿Próspero futuro para esos chiquillos:

acatar las instrucciones, cómo huir

de los sueños virtuales

y de la cifra?

 

Ya no quedan ahorros.

 

Solo al tuétano atender.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

A mi amor no le digo: esta es mi pobre

filosofía.

 

Tú me dices que cada ser humano se halla

sometido a una división esencial.

 

Con brocha gorda:

razonamientos de un lado, emociones del otro.

 

Ojalá fuera todo tan simple porque:

desde ambos hemisferios hay posibilidades

de conducirse con virtud

y también de errar estrepitosamente.

 

Pregúntale, si no, a quien emite juicios

en plenitud de su conciencia

partiendo de hechos dudosos,

medias verdades

o ignorancia supina.

 

Tú sabes, también, que los afectos

son bálsamo oportuno a la vez

que disipan los criterios de equidad

en la hora de lo común.

 

Por mencionar tan solo algunas objeciones

habituales.

 

A mi amor le digo: hay puentes que atravesar

de una a otra orilla y también nos complace

cruzar los ríos a nado.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

Hoy corregía los textos crípticos y psiconaúticos de mis estudiantes como si las horas se detuviesen porque no había manera de pensar lógicamente y cada texto era un bucle sin fin donde los rayos vespertinos declinaban sin remedio.

 

¿Para qué la poesía (me lo habré preguntado tanto cada vez que los neobarrocos y los simbolistas y el romanticismo y la bohemia maldita y la conciencia crítica y el posthumanismo y demás tribus dejan caer sus guindas en los textos con pretensiones canónicas)?

 

Con la digestión de los quehaceres sucediéndose con vértigo y sin clemencia por las tuberías de la administración de formularios, el arrebato: debo quemarlo todo y cuenta nueva, ha sido un gran despropósito, no hay tiempo ni paz ni filantropía ni el lujo de la contemplación para cincelar el lenguaje con delicadeza, demasiada racionalidad para ganarse el plato de lentejas, todo ha sido una ilusión solipsista, balbuceos especulares, asonancias, desamor.

 

¿Y después qué? Esa historia ya me la conozco. Escribir no es una simple herramienta en bruto del lenguaje, sílex, traducción mecánica, sino órgano, prolongación, voluntad. Pasarán unos días de vacío y agujeros negros hasta que vuelva a latir como una hernia en el intestino reclamando su ración. Poco le importarán las acciones desalmadas de antes. Ocupará, contaminará cada acto que lo niegue.

 

Escupirá más textos, pretextos y contextos.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

¿Por qué no hay forma de que esa película

plástica sofoque la voz? ¿Debería ceder

acaso a lo insensible, a ese ruido en llagas,

a la saturación de banalidades?

 

¿Qué emerge a través de las fisuras, uniones,

umbrales? ¿Por lo inaudito y sin marca

ni señal?

 

Cuerpos sólidos que conocen la debilidad

de su límite. A cámara lenta

la memoria de los impulsos y la intención

por existir o resurgir.

No superficie impermeable. No canción

con término, bajo tierra.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

La vocación del poema no es un género literario sino habitar las fronteras narrativas.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

Voy a tomarme un té con leche Hong Kong-style

a una de las terrazas que dan a la piscina.

Los obreros se pusieron a perforar las paredes

con el taladro en la oficina adyacente.

Les pregunté, para cerciorarme, cuánto tiempo

iban a continuar con la tortura.

Así que bajé unos pisos y me entregué

a la contemplación. Una de las nadadoras

era mi alumna alemana. Ayer me dijo que,

en efecto, el agua está fría al principio pero

enseguida entras en calor. Observo que otro

atleta, probablemente nativo, viste

un traje de neopreno. Es 30 de noviembre.

El último día que la piscina descubierta

se puede utilizar. Mi teléfono indica

que hay 23 grados aunque ya refresca.

Una vez que ha desaparecido

la humedad del ambiente, el respirar

se hace más llevadero. Uno no delira tanto.

Prefiero mil veces este falso otoño,

lo templado, las sombras oblicuas.

Hasta la vegetación pletórica parece

acogedora en lugar de un vientre monstruoso

al que temer.

 

Podría no estar aquí. En la comida, con Felipe

y Héctor, charlamos sobre Palestina y

Colombia y siempre ese país, su reciente paz

fallida, otra vez, mis recuerdos del dolor

y de la suerte cuando me adentré en aquel

avispero. Lo tropical siempre lo asocio

al peligro. Pero ya pasó. También ahora.

Podría no estar aquí, si no fuera por la sonrisa

del azar y la sentencia absolutoria para los

ingenuos. En breve me marcharé.

Y en estas últimas semanas de vértigo y

laberintos no hallo las palabras adecuadas

para la despedida. Aunque el deseo

de mudar de aires es casi una urgencia

lo cierto es que hay vínculos rotos,

víctimas colaterales, cajas que rellenar.

Decir adiós. Mejor no evaluar el cambio

en términos de éxito o fracaso. Esa

contabilidad no alcanza a tocar

lo importante. ¿Y cómo definir lo

importante?

 

En mi despacho solo he tenido

un mes de tregua. Un mes en tres

años y medio. Un mes de soledad

creativa. Escuchaba música, mis programas

de radio favoritos, escribía sin descuidar

las obligaciones, los perfiles caprichosos

de las nubes me interrogaban amablemente.

Duró poco el armisticio. Me fuerzan

a compartir el espacio y lo entiendo,

es normal, ese bien disputado

en esta mini-ciudad de gigantescas

dimensiones. Quienes llevan la batuta

de todo esto, sin embargo, no lo comprenden.

Viven en otra galaxia. Y el partido-robot

no cejará de extender sus tentáculos

así que, para mí, la migración, otra más,

quién me lo diría, llega en el momento

premeditado.

 

Algo se rompe. Esta mañana me llamó Tiff,

esa mujer todo corazón, solo flores en su

corazón, toda luz natural como si no

hubiera crecido en este paraíso financiero.

En el aeropuerto despidió a su mejor

amigo, a su alma gemela. Un chico japonés

con el que estudió en Londres. Y se le habían

caído los pétalos del corazón por el camino.

Supongo que volverán a florecer, le dije

-con otras palabras. No hay que entrar

en pánico. Buscar formas de recomponer,

injertos, modalidades que amortigüen

la distancia. Me lo aplico a mí mismo.

Esta última etapa me ha obligado

a aprenderlo sí o sí. Conexiones virtuales.

¿Qué significa arraigarse a un lugar hoy?

¿Quiénes son los pocos seres humanos

que nos ayudan a darle sentido al absurdo

generalizado que nos rodea? Son idénticas

preguntas a las que me formulaba

varias décadas atrás. No hay otro

abismo. Lo que hay, lo intolerable, son

infiernos muy concretos donde ya

habitan millones como un lastre.

Nuestras dudas, hasta cierto punto,

son apenas retóricas.

 

Regreso a la piscina. Los guardas y

los socorristas se aburren. Cumplirán

con su horario y a otra cosa. Tiempo

de ocio o de trabajo doméstico o de

reocuparse por si no llega el sueldo.

El personal de limpieza, en su mayoría

mujeres, están siempre más atareadas,

de aquí para allá. Su salario deber ser

incluso menor. Su invisibilidad, casi

fantasmática. Mi jornada es más flexible

y esta profesión comporta privilegios.

Mi sustento depende de ellos: toda

mi gratitud. No les envidio ni quiero

acabar atrapado en esclavitudes

salariales aún peores que la presente

-en la universidad-fábrica, la

universidad-máquina, la universidad-

deuda. Si me voy es porque necesito

otro contexto donde escribir acerca

de mis pesadillas (traumas, inquietudes),

que vuele mi imaginación, dedicarme

a proponer algo sensato para este mundo.

En eso tampoco estoy solo. Lazos

analógicos. Largas conversaciones.

Contigüidad. Que el trabajo no agote

sino que potencie. Otras formas de

placer -intelectual, político, estético.

Es una lucha, quién no se ha cruzado

con ella. Unirme a los supervivientes.

Bracear, seguir un ritmo, permanecer

en el encuentro del fondo

con la superficie.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

 

El siguiente paso

es acercarnos a vivir

en la misma zona horaria.

 

Se acabarán los mensajes

a horas intempestivas.

Echar cuentas.

Madrugar el domingo.

Los largos trayectos

que parecen

de ficción.

 

Después, a tocar el cielo.

(Como tantas veces antes.)

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

Me puede conmover

la música sin palabras

o en un idioma extraño

o confidencial.

 

Pero poco consiguen

las palabras sin música

ni chispas en los ojos

enamorados.

 

Percusión.

Inesperadas armonías.

Afinar

el pensamiento.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

Recuperar la memoria

del juego

y del amor

que encendía nuestros ojos.

 

(A todas luces más constituyentes

que esa infinita recua

de sucedáneos.)

 

Es simple y también

un laberinto de pasiones.

 

¿Qué es vivir si no?

Tejer y destejer, inclinarme

hacia donde cultivas.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

Porosidad.

A la certeza del aire frío.

A los músicos, matemáticos

y esdrújulos.

 

Viene una celebración.

Exequias

para quienes administran

los grilletes.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

 

Haciendo planes de futuro:

en el momento de la luz verde,

de la carne y del hueso,

de la conciencia en éxtasis

 

ejerceremos en plenitud de facultades

la cartografía.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

Será como John Coltrane y Miles Davis tocando

Autumn Leaves

y una cereza bañada en chocolate

regalando el paladar

y lo indescifrable de tu pulsión

y ternura volviéndome

humano.

 

Será el presente. No rutina ni pasajes

angostos ni frío en los huesos.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

 

Otra jornada más. Exhausto.

En el ecuador de la vida -y más allá-

uno debería ser sabio, dosificar, sonreír

ante las adversidades.

Que ninguna inercia destruya

el lecho y la vegetación.

 

Sé que no es fácil, ni siquiera ser consciente

del privilegio.

Si el amor declina

es más probable perder el sentido

y naufragar en un vaso de agua.

El amor: no plan de empresa,

no sofocar las aspiraciones,

ni siquiera dios

venerable.

Práctica, contexto, trance

-más bien.

 

Por eso: lo que pueden las palabras

aproximar.

Reconstituir: el cuerpo generoso.

Es esta música

la que me regala los oídos

después de las tareas.

Emboscadura, senderos, conversación.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

 

 

Siempre intentan quebrar

mi resistencia.

 

Ángeles exterminadores.

 

Todavía me sorprende

que les siga dando

esquinazo.

 

 

Fotografía: Benoit Courti

 

 

 

Que la edad

no amilane.

 

Ni una sola mutilación

por abandono de mí

mismo.

 

Beber del silencio.

 

 

Fotografía: Benoit Courti