llueve sobre mojado
Prefiero los veranos templados, verdosos y
húmedos como el inquietante deseo que
traslucen tus iris. El paso de ciclistas con
sus axiomas metódicos y antiguos tranvías azules
a una velocidad media, sin mayores estridencias.
Prefiero el coro de todas las brisas que mecen
a los solos y a los soleados. Desde cualquier punto
de vista, inclusive el del tiránico corazón. Demasiada
calma contradice la clarividencia del espíritu,
la floración de sus invenciones, de sus humores
y finos desacuerdos. Prefiero a los cánidos que pasean a
sus omnívoros dueños, pero eso ocurre en todas
las estaciones y el principito no tiene quien le escriba.
Prefiero un poco de lluvia que alegre lo seco y
dar un poco sin pedir a cambio porque también
se llega peleando a la plata o al bronce. Soy
caprichoso, tengo apetitos, puedo, incluso, amarte
a lo lejos sin un plan preconcebido para resistir
al invierno. Pero también soy proclive al ascetismo,
a veces torpe, y a la incrédula contemplación. Por eso
me confieso: ¡vivan las aves migratorias y las bayas
silvestres! ¡calcúlense las áureas proporciones de las
onomatopeyas! ¡cuelguen sus hábitos los carceleros
del desierto! ¡que nos reciban abundantes las fuentes
de nuestros destinos!
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