Últimamente notaba una serpiente insidiosa
ahí en el pecho, como carcomiendo los
valladares del corazón. Ese corazón amasijo
de fibras y plasma por el que todo pasa.
Todo, sin excepción, todo lo que permite pensar
en algo y subirse a las olas heridas y
desconectar los aparatos eléctricos y las alarmas
sordas y hasta proclamar: los aerolitos trazan
parábolas sobrehumanas, mientras que no hay
idealista que viva cien años sin trigonometría.
Por eso he aplazado la prestación de servicios
en cadena y los indescriptibles delirios de
grandeza. Cumple el artesanal esculpir de la
bóveda originaria como el ave blancuzca tiembla
y garabatea. Que amaine lo expedito y se
restrieguen las sienes con bálsamo de tigre.
Salvo las urgencias que demanden cuidados
intensivos, sólo responderé al embriagante
capricho de las flores carnívoras.
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