Las mañanas luminosas y tibias
del primer otoño, los romeros fragantes,
la chiquillada riendo sin discreción
entre los árboles pálidos, muchas horas
de pensamientos verticales porque lo
abstracto volvió del reposo, la fortuna
de la piel tersa, intuida y vislumbrada
como indiferente al cambio de estación.
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