Tocabas el violín casi en penumbra
acariciada por los aromas de una madera
aún latiendo, amando a su barniz de eternidad,
tu respiración jadeante rasgando la brisa
que suscitaba cada nota, imposible de retener
como el aceite salpicando tu gesto de ave
y de historia, conteniendo el vetusto sentido
de las palabras que nunca pronunciarías,
el vigor de tus piernas desnudas como cien
metros lisos, la curvatura de una hipnosis,
no otra cosa invoca tu melodía en el frío,
en la espesura húmeda y gris de lo anhelado,
en la quietud informe desde donde te contemplo,
ya hace mucho, aspirando a tu sublime
sonrisa cimera, nevada, pertinaz, incorruptible,
solícito de tu lengua alimonada vertiendo
jazmines y leche ácida, prosperidad, anticipos
de tus cuerdas vocales, sorteando, de nuevo,
las trampas sembradas por el devenir y por los
espejismos de la vanidad, insolentes, cultivando
la luz en cada resquicio de nuestro cuerpo
astillado, renuente al vacío, siempre conmovido.
Fotografía: Sachiko Abe
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ateopoeta -
Ana Maria -