Nada en especial. Ha estado lloviendo buena parte de la mañana, así que nos hemos quedado en casa. Estuve indagando cómo piratear las redes inalámbricas de la zona y, después de muchas horas e intentos, ha sido un fracaso más a añadir a mi vida. Aunque siempre se aprende, claro, es lo que se dice, queda ese consuelo no poco amargo. También me dediqué a corregir la propuesta de libro que enviamos hace meses a esa editorial inglesa. Respondimos a los cinco evaluadores y ahora toca esperar a que nos den el visto bueno. Otro asunto que se va aplazando y que progresa adecuadamente, a paso de tortuga. Sin embargo, es como si también incrementara la sensación de agotamiento, las innúmeras dependencias alrededor, la aceptación inevitable de que siempre quedan cosas fuera de tu alcance. Un golpe más de realidad. Por la tarde se fueron los chicos a esa fiesta del agua y me dijeron que pasarían la noche fuera. Yo me fui con la bicicleta a Cangas y me encontré a Manolo, un viejo amigo y hablamos de otras viejas amistades y al final me dijo que Luis Villaverde se había suicidado hace más de un año. Había salido tímidamente el sol y el paseo marítimo se llenó de súbito de gente endomingada o aprovechando unas horas de playa, distendida, distribuida por las terrazas de los bares, como si la vida continuase lánguida de la misma manera que lo solía hacer. Al principio reaccioné con incredulidad y hasta me sorprendió mi falta de empatía al escuchar lo de Luis. A fin de cuentas, la gente muere por distintas circunstancias y a distintas edades, y a todos nos toca tarde o temprano. Los niños jugaban con la arena encharcada, el mar estaba picado aunque el oleaje que descansaba en la orilla era débil, armónico en su irregularidad. Hace veinte años que vine a Vigo por primera vez. Luis era uno de aquellos compañeros insumisos que, al cabo de los años, fue encarcelado. Recuerdo que volviendo en autobús desde Alcalá Meco, después de protestar frente a la cárcel en solidaridad con otros insumisos presos, vimos Léolo y me dijo que era una de sus películas favoritas. Hace unos meses la volví a ver y a menudo me viene a la mente la imagen del chico que entrena duro para ponerse cachas aunque nunca consigue eliminar el miedo que le tiene a un enclenque matón del barrio. Todos los miembros de la familia acaban en el manicomio, incluido el forzudo y el niño a través del cual vamos viendo lo asombroso y absurdo que es vivir. A Luis me lo encontré luego de vecino en Madrid, haciendo la compra y, sobre todo, entrando y saliendo constantemente de la Filmoteca. Nunca aceptaba que tomásemos algo juntos en los bares de la zona y las conversaciones que teníamos eran, por lo general, fugaces. Apurábamos unos breves comentarios sobre las películas que nos gustaban o queríamos ver y enseguida se marchaba raudo. Siempre solitario y austero. Volví en el último barco y no dejé de pensar en Luis, azorado, con un nudo en el estómago, con ganas de llorar pues es lo más fácil cuando nadie puede verte, pero también perplejo por seguir vivito y coleando en este mundo cruel. No me lo pensé dos veces y entré en los cines Norte donde también había coincidido decenas de veces con Luis. Elegí "Siempre feliz", una película nórdica sobre dos parejas que viven en un pueblo perpetuamente nevado. Una de ellas, formada por dos profesionales liberales, tiene un hijo negro adoptado y huyen de la reciente infidelidad de ella en la ciudad. La otra pareja tiene un hijo rubio de similar edad al otro, aliado con su padre, no menos rubio, en una permanente humillación de su ingenua y sufrida madre (de pelo negro y deslumbrantes ojos claros). A lo largo del relato se producen nuevas infidelidades, se descubre una homosexualidad negada durante años, se mezclan el juego y la dominación. Incluso en esos países ricos y con esas mujeres níveas que parecen salidas de cuentos de hadas, no es fácil vivir, o convivir, que no es lo mismo pero casi. El título de la película, evidentemente, era engañoso. Pero no escondía un pesimismo feroz sino una recurrente moraleja: hay que enfrentarse a los dilemas y dolores de cada día, no esconderlos debajo de la alfombra; y no hay ninguna garantía de éxito por más cultura, dinero y experiencias que nos creamos haber acumulado. La noche estaba templada y fresca, como aquellas noches de hace veinte años en que nos íbamos a pegar carteles después de las asambleas y yo también volvía a casa en bicicleta, contento y convencido de que nuestros afanes antimilitaristas plantarían alguna semilla de un mundo nuevo. Aunque, mientras, algunos iban a la cárcel y otros se quedaban por el camino. Y los ejércitos se hacían más profesionales y esquilmaban mejor nuestros recursos colectivos. Quizá todo haya sido inútil. Estoy seguro de que Luis se merecía una vida mejor y más duradera, pero creo que admiraré siempre sus convicciones y su coherencia, como la de Manolo y tantos otros, por mucho que me duela la pérdida de alguien tan entrañable. A mí también me complacen altas dosis de soledad y esa actitud aparentemente evasiva que, no obstante, adopto para comprender toda la maraña de objetos, animales y personas en la que estamos envueltos. O, por lo menos, eso pretendo. Al llegar a casa aún pasé un buen rato con el ordenador auscultando las capturas de paquetes de datos volátiles que había dejado activas en mi ausencia y luego me masturbé con un vídeo porno y me acosté leyendo un libro extraordinario de poemas de Roberto Bolaño. Escribí unos versos recordando a Luis y, la verdad, me resultó difícil conciliar el sueño.
4 comentarios
lozzone -
ateopoeta -
lozzone -
A ti, la Dama, la audaz melancolia que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciendolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tu misma me habías obligado a oir. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.
Fragmento de L'avalé des avales de Réjean Ducharme leído en Léolo de Jean-Claude Lauzon
lozzone -
yo no lo estoy
Porque sueño
sueño
Porque me abandono por las noches a mis sueños, antes de
que me deje el día
Porque no amo
Porque me asusta amar
ya no sueño
ya no sueño"
Léolo (casualmente también la ví hace poco)