Mi madre reside
en un barrio triste
de Fuencarral (Madrid),
una de esas colonias
pobres construidas
bajo la dictadura,
con diseño obrero
de lo más sobrio
pero que las flores
y jardineras
se han encargado
de ornamentar
con su ritmo lento
y firme si se lo juzga
en comparación
al abandono
premeditado
y con alevosía
de las autoridades
competentes
a lo largo de todas
estas décadas.
Ha vivido en otros
barrios de mejor
condición, pero este
le quedaba cerca
del trabajo y se mudó
ahí sin importarle
en exceso la vejez
de sus vecinos,
la población
extranjera siempre
desplazada a
alguna periferia,
la juventud
en paro
con una lata
entre las manos
o haciendo
sus trapicheos,
los bares
grasientos,
las peluquerías
con sus chismes
y esos colmados
sombríos
que parecen
anclados
en otra época.
Al principio
alquiló incluso
el que fuera
el piso de mi
admirado
profesor
Jesús Ibáñez,
catedrático
íntegro y sabio
que siempre
renunció a lujos
superfluos
y que elaboró
su crítica mordaz
y sociología
desde esta humilde
guarida.
Después se fue
unos portales
más arriba
en la misma calle
y yo la acompañé
unos meses
como para saldar
mis cuentas
filiales
y aprovechar
la oportunidad
exploratoria
de estos márgenes
urbanos.
Ahora voy poco
por allí,
a comer
en alguna fecha
señalada,
y a reconocer
en vivo
esas líneas
de violencia
que subyacen
a toda ciudad.
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Polikarpov -
ateopoeta -
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