Y caían los miembros del gobierno
como las piezas de un dominó
y me besabas con tus labios
ávidos, con aquellos donde persiste
el polvo de la canela y el recuerdo
de la palabra que araña y que expira
mientras sostiene el canto de los mirlos.
Y avanzaba la multitud agitando
la bandera del pan y de los cuerpos
vulnerables, clamando por esa hebra
última como un derecho sumario,
y temblaban los edificios de ausencias
y sus pilares sin rastro del sudor
ni de la sangre que los erigieron.
Y nosotros tuvimos sed de nieves
perpetuas y sed de cumbres sumergidas
en la justicia de los océanos,
y la luz de la mañana era un vértigo
de unicornios blancos, un sueño
de amapolas con la nuez de la ternura
sin cáscara y la levedad del tiempo
en suspensión.
Fotografía: Stefan Radev
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