Cuando llegas así
a mis brazos,
fresca y resplandeciente
como un esqueje de luz
y una promesa
que ha sobrevivido
otro invierno,
leve y dicharachera
sin el peso del día laborable
a tus espaldas,
vertiendo sobre mi sed
tu belleza destilada
y tu propia sed
de inmanencia,
compruebo, entonces,
lo equivocado
que estaba al cultivar
tanto escepticismo.
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