No quisiera ser agorero
pero nadie está libre
de que le ocurra una desgracia.
Sería mejor girar como una peonza
y olvidarse de las irremediables
contingencias.
Ahora que podemos.
Los momentos sin preocupaciones
pasan como un suspiro.
En cualquier país del mundo
la vida sigue unas mismas
coordenadas:
estás solo, tienes frío, necesitas
dormir más horas
de las que permite
la legislación vigente.
Tomo distancia, ya lo sé,
pero es mi sangre
la que hierve, son mis heridas
nunca cerradas:
¿acaso difieren tanto
de esos niños correteando
y en busca de un asidero?
¿Y qué puede llenar
la ausencia de equilibrio
sino este existir
sin alegrías a precio de saldo?
Por lo menos, que haya un colchón.
Que no tengamos que lamentar
lo evitable a todas luces.
Después, que cada cual
se haga cargo de sus quimeras
y ambiciones, aunque habrá
que pararle los pies
a la calaña insensible.
Las prisas, sin duda, matan
antes de tiempo, o matan
sin contemplaciones.
El amor tampoco parece
un antídoto que despeje
las incógnitas.
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