En una charla de comercio justo
el ponente empieza a repartirnos
semillas de café verde y tostado,
canela en rama, pimienta blanca
y negra, unas estrellas de clavo.
Huelo, toco, saboreo, mis ojos
se van al bosque y a las manos
curtidas de quienes han hecho
el milagro posible, a los nadie,
a los sin rostro y sin nombre
para las masas aborregadas
que vamos de tienda en tienda.
Aparte de ese éxtasis místico,
la capacidad de análisis y de
argumentación dejaba mucho
que desear, así que me largué
enseguida de aquel rollo tan
insufrible.
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