Ahora, en la distancia,
es más fácil entender
nuestra atracción desbocada
e indomable,
la voracidad turbulenta
y obscena
a la que dimos luz verde,
la cómplice soldadura
de los cuerpos
y su devenir.
Ahora, cuando ya no
nos dirigimos la palabra,
no hay dios que pueda
deshacer
ese nudo.
Ilustración: Derek Gores
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