Me preguntas si es verdad
todo lo que escribo
y te contesto
que al cien por cien,
aunque se deben
tener en cuenta
ciertas consideraciones.
Por una parte, la verdad
se lleva a palos
con las cifras absolutas,
por lo que hemos de repartir
responsabilidades:
un diez por ciento al poeta
y otro tanto a los intérpretes
por sus luchas sin cuartel
frente a las huestes
del relativismo.
Por otra parte, pecaríamos
de ingenuidad
si no restáramos
otro sustancioso porcentaje
en concepto de fantasía,
a menudo premeditada,
que emana del pozo artesano
del autor
y se bebe como agua bendita
por no pocos lectores.
La verdad sufre también el asedio
de la imposible refutación
cuando se mezclan
los tiempos verbales
y participan en los hechos
personajes de toda índole
encarnados en la pluma servil
del escribiente.
Y si de la guisa de esos cálculos
se nos antoja un saldo
de exigua mayoría y por los pelos,
señalemos que todavía
hay esperanza de formar
coalición gobernante
si el conjunto de la retórica
es eficaz en remover las tripas
o agitar el corazón
de quienes han caído
en sus redes.
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