Prefiero ser meticuloso
con las palabras: lo que puedan evocar,
darlas con tacañería, que se ajusten
como un guante
al acontecer.
Esa prudencia que apenas irriga
otras zonas nucleares de mi perplejidad
ni los barrios más periféricos.
Luego
no puedo eludir la administración
de una dieta opípara
y a vuelapluma: dialectos que mudan de piel
al leerlos, el rumor.
Al final de la jornada
todo lo sólido se disipa en el aire
salvo que nos entreguemos
unas cuantas
certezas.
Fotografía: Sára Saudkova
Prefiero ser meticuloso
con las palabras: lo que puedan evocar,
darlas con tacañería, que se ajusten
como un guante
al acontecer.
Esa prudencia que apenas irriga
otras zonas nucleares de mi perplejidad
ni los barrios más periféricos.
Luego
no puedo eludir la administración
de una dieta opípara
y a vuelapluma: dialectos que mudan de piel
al leerlos, el rumor.
Al final de la jornada
todo lo sólido se disipa en el aire
salvo que nos entregemos
unas cuantas
certezas.
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Prefiero ser meticuloso
con las palabras: lo que puedan evocar,
darlas con tacañería, que se ajusten
como un guante
al acontecer.
Esa prudencia que apenas irriga
otras zonas nucleares de mi perplejidad
ni los barrios más periféricos.
Luego
no puedo eludir la administración
de una dieta opípara
y a vuelapluma: dialectos que mudan de piel
al leerlos, el rumor.
Al final de la jornada
todo lo sólido se disipa en el aire
salvo que nos entregemos
unas cuantas
certezas.
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