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ateo poeta

 

Están tan lejos. Como las estrellas y dioses

que fascinaban a los antiguos: el bien, la verdad,

la virtud, la justicia, lo bello. Categorías

flamígeras que hemos recortado de la deriva

torrencial de la luz y la materia. Singularidades

no obstante nuestro punto de vista promiscuo,

proliferante.

 

Por mor de esta lente propia, de este mirar al hecho

y a la forma de mirar, sé de su pluralidad

oceánica, mineral, taxonómica. No es posible

dejar de mirarlas contemplativamente como

nos adhiere el beso al trabajo

de desbrozar y de la reparación. Somos cuerpos en

donde anida la única música celestial,

la brutal adrenalina que es la que inventa

y engaña por esas migajas de placer. Somos

el desasosiego porque sabemos que cuenta

lo intangible, que añade líneas de agua y aire

a la carencia de fundamentos.

 

Si la dérmica insensibilidad nos dominase las

paredes del estómago, a qué cruel corolario

nos conduciría la ciencia de los artefactos

con fulgor. La rotación inane

avejenta antes de tiempo y yo practiqué la

metamorfosis sólo por amor al arte.

Dónde el frescor de las hierbas cebará al yo

que naufraga en compañía.

 

Permanente descifrar y discernir refugios.

Cánticos, humores. Aletear en la espesura.

Comprender cuál es el valor, el origen y qué

nombre los liga a los sentidos.

Antes de que amanezca el olvido tibio

y vacío, cuando ya no se estremezcan

ni las amapolas.

 

 

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