A las siete de la mañana, antes
de que me achicharre este calor de julio,
salgo al bosque y veo campar a sus anchas
la superpoblación de conejos.
Y pienso en su alegría presunta cuando
brincan a placer porque no debe haber
depredadores, zorros, aves rapaces
o hambrientos que les acechen.
Si los hubiera pienso en las ventajas
que reportaría la velocidad, el don
del escamoteo o la apariencia poco
apetitosa para sustraerse del banquete
ajeno.
En última instancia, al animal cazador
le importan tres cominos
las disquisiciones intelectuales o la
individualidad de sus presas, pienso,
pues se trata de comer una entre
las muchas que se dispersen
en desbandada.
El mismo terror. Semejantes axiomas.
Quienes imitan o configuran a su medida
la naturaleza cruel. Así, los dueños
del capital que ni siquiera necesitan
levantarse temprano.
Fotografía: Man Ray
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