Estabas jugando en la arena de una playa
de la costa imaginaria de Chile desde la más oriental
despedida al calor orgánico de la placidez
y los guijarros saltarines sobre las olas.
Un viaje intrépido por culpa de los negocios
te llevó a las páginas de Riga donde salpicaban
las ilustraciones de tu mundo coreografiado
y sin tregua con la miel de los tilos.
No nos llegamos a conocer nunca pero adiviné
que tus besos en el crepúsculo desvencijado
de una plaza de Lisboa resonaron en mi muñeca
cuando consultaba la hora del quirófano.
Por fin te encontré en los estantes olímpicos
de la antesala de Hong Kong cuando no recogía
moras ni me pinchaba los dedos y sólo las arias
me hablaban cerca como si tus labios florecieran
insomnes.
Fotografía: Amanda Baeza
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