Hay miedos como las estaciones,
los solsticios y los equinoccios.
Siempre llegan.
La muerte cierta, la muerte a plazos,
con interés fijo o variable.
La ausencia.
Los puntos suspensivos.
El miedo a esa maldita oscuridad
de ideas, del tiempo.
Del tiempo presente, ese sofisma.
Algunos, aún no lo entiendo,
padecen el miedo a su propia libertad.
Sin darse cuenta.
Sin hacer cuentas.
Son muchos números en juego.
Hoy subí en la moto de mi hermano,
de paquete.
Con mis miedos a cuestas.
Pero era hermoso: el cielo rosado,
las primeras luces en las calles de Londres,
las curvas meciéndome.
Me dijo que el seguro había caducado.
No importa, uno más.
Aquí todavía podemos sumergir los miedos
en una pinta de cerveza.
Es un privilegio naïve.
Hasta que acuciemos a nuestros
enemigos.
Y los niños disipen el dolor
con su papiroflexia.
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