182 euros en concepto de grúa y depósito
municipal de vehículos. Tenía que decirlo,
desahogarme. Esas palabras son vibrantes,
enigmáticas, descarnadas, por más que
me duelan en la cuenta corriente, siempre
mermando a causa de los más espurios
caprichos del azar. Y yo que pensaba tener
bajo control, al menos, mi fe en el papel
moneda que un ente meticuloso ingresa
cada mes a mi nombre en la cueva de los
ladrones. Pero un día no te fijas apenas en las
señales de estacionamiento y abonas 182
euros con ciega obediencia a las leyes de la
urbana movilidad. Y duelen, son injustos.
Porque poseo férreas eximentes: casi no uso
el coche, me desagradan los coches en la
ciudad, es más, suprimiría la circulación de
los coches por el centro de la ciudad. Aunque
me temo que este alegato le suene a expediente
de regulación de empleo al señor funcionario
que me cobra con tarjeta detrás de la ventanilla.
Lo sé, y me callo. Yo sólo querría indicarle que
ahí fuera brilla un sol radiante y los rostros
exhalan júbilo y una polinización primaveral.
Mas la suerte está echada a las 7 horas 45 minutos
de una mañana cualquiera en la que, seguro,
nos informarán de acontecimientos mucho más
trascendentes y dramáticos que los tristes
182 euros con los que se nutriría durante meses
cualquier cuerpo necesitado de cultivar
su alma en donde ni falta que hacen coches,
carreteras, ciudades o multas de tráfico.
La culpa es solo mía por andar absorto y
protestar siempre en el lado de los perdedores.
Este retórico y ocioso ejercicio es una prueba
irrefutable. Debería compensarle con una paga
extra de otros 182 euros al recaudador sabueso
harto de que le lleguen amargados como yo,
donar otros tantos a una organización humanitaria
y no menos a quien corresponda en compensación
de mi huella ecológica de dinosaurio. Ahora ya
me siento mejor. Puedo asegurar, a las 10 y 45,
incluso, que escribir estas peripecias tiene un
indudable poder terapéutico y que ya tengo unas
ganas enormes, muy grandes, de sonreír todo
el día, todo este santo y soleado día de marzo.
2 comentarios
ateopoeta -
Tomás Rivero -
protestar siempre en el lado de los perdedores.
Tú lo has dicho,si señor. La próxima vez me llamas y entre los dos acojonamos a los recaudadores de impuestos: les leemos poemas y nos tomamos después unas cañas. Yo pago, y que le den a los 182 Euros. En compañía las cosas duelen menos.