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ateo poeta

La suerte de Emma

La suerte de Emma

 

Cuando era niño tenía un pensamiento recurrente: si en algún momento sé con certeza que voy a morir, haré todo lo posible para paliar el sufrimiento. Pensaba, sobre todo, en la morfina o en cualquier otra adormidera de los sentidos. O en alguna explosión de placer, incluso prohibida. Con el paso de los años, aquella íntima reflexión eutanásica ha ido modulándose. Películas como “Mar adentro”, “El jardinero fiel” o la que he visto la semana pasada, “La suerte de Emma” (Sven Taddicken, 2006) presentan esos estadios previos a la muerte henchidos de paz, armonía y consciencia. En esta última, el protagonista decide huir a un remoto paraíso centroamericano para beber el néctar de sus últimos días una vez que le diagnostican un cáncer irreversible. Para ello, toma todo el dinero negro amasado por él y su socio en un negocio de compra-venta de coches usados. Pero el socio le persigue y sufre un accidente del que, algo inverosímilmente, sale indemne. Es así, casi por los aires, como llega a la granja porcina de Emma. Esta huraña, solitaria y espontánea campesina se enamora inmediatamente del recién llegado, y ambos se enfrentarán a la muerte cierta agarrándose fuerte el corazón. Que nadie espere un canto sublime ni a la vida ni a su despedida. Lo que verás, simplemente, es un paisaje de luces al alba y al atardecer, de ternura y de animalidad. Todo ello al filo de nuestros apegos a lo que, necesariamente, desaparecerá.

 

1 comentario

Kukla -

Me gusta mucho como la has descrito. Me gusta " se enfrentarán a la muerte cierta agarrandose fuerte el corazón".