vía verde
En Logroño comenzaron las fiestas de San Mateo el sábado. Toda una orgía de vino y sangre de toro. Me fui a Calahorra, a cuya entrada un cartel la presentaba como “la capital de la verdura”. A los pocos kilómetros de pedalear por la vía verde, comencé a mirar fijamente hacia aquellos montes arcillosos y secos que bordean los ríos. Para los geólogos son conglomerados depositados allí por las aguas hace millones de años, no verdaderos montes, cárcavas sometidas a una intensa erosión. Para mí, eran sólo nichos de buitres leonados, sombras fijas y sombras móviles que te acompañarían todo el trayecto. Cuanto más silencio y majestuosidad me inspiraban, más comenzaban a ronronear los pensamientos. Nunca hago estas rutas demoledoras para huir, sino para encontrarme. Para medir mis fuerzas, tomarle el pulso a la soledad, examinar el curso de mi vida y de sus sedimentos. También para impregnarme del conocimiento local, de los pueblos que aún respiran. La vera del río Cidacos me hizo recordar los nombres de esos botes de conserva que conoces desde la infancia. Al igual que todas esas naves industriales de Autol donde cultivan champiñones. Son palabras y lugares que hasta entonces sólo eran etiquetas abstractas de alimentos. Septiembre está ya muy avanzado. En las higueras muchos frutos han fermentado y su alcohol dulce atrae a los depredadores más tardíos. Me empacho poco a poco de ese regalo salvaje, y de las últimas moras casi decrépitas. Sonrío, tomo velocidad y la mente se me obnubila. Los olivos, los nogales, los manzanos, las matas de lúpulo, los almendros con sus vulvas abiertas, y toda esa milagrosa maleza de ribera van quedando atrás hasta que me adentro en nuevas huertas y no puedo evitar inundar mi paladar con uno de esos tomates hirviendo al sol del mediodía. Entre Arnedo y Arnedillo el río desaparece entre un lecho de guijarros. Y me pregunto si eso es otra metáfora. Crecidas de agua y sequías transitorias, remontar el río hasta sus orígenes a pesar de los espacios vacíos. El paisaje está dentro de uno, sólo hay que leerlo. Junto a las aguas termales busqué un lugar con vistas para comer y a mi lado se sentaron una familia de marroquíes, primero, todo hombres, y de ecuatorianos, después, esta mixta y también de todas las edades. Y furgonetas con música. Subir a la montaña siempre gratifica, pero no son necesarios los sermones. Sólo la contemplación serena del afuera y del adentro, de cada una de las sílabas que le dan sentido. Volví a descender atravesando aquellos tenebrosos túneles por los que circuló el ferrocarril antes de que lo liquidaran. Ahora todos aspiran a su todoterreno y a convertir las huertas en piscinas y los senderos en chiringuitos con parque municipal adyacente. A medio camino la bicicleta se averió. Las horas de gozo nunca duran eternamente, pero el percance lo interpreté tan sólo como una advertencia del destino para correr menos, para dejarme guiar por las oropéndolas y por los silbidos de la brisa.
2 comentarios
Vaga-Mundo -
Bea -
Pd. Quién pillara ese tomate... por aquí no hay de ésos