Los viejos decían:
cuanto más viejo, más sabio.
Los sabios decían:
cuanto más sabes, menos sabes
(o sea: más sabes lo que no sabes).
Entonces: ¿la eterna juventud?
¿vivir a tientas y a locas?
¿buscar el maná, el éxtasis, el secreto
alquímico de la fortuna?
Cada día estoy más perplejo,
la verdad.
Hoy, por ejemplo, volví pletórico:
ebrio de luz, el ocaso glorioso,
la coreografía de cuerpos desnudos
quemando las últimas horas estivales,
yo flotando como un muerto
sobre la olas.
Y mi fuerza narcisista a punto
para declamar (otra vez soldando
los fragmentos del espejo).
Qué inútil, sin embargo.
Si tan milagroso e irrepetible es ese gozo
¿a qué viene pregonarlo?
¿qué necesidad tiene de ser reconocido?
Entonces: lo más feliz es lo más íntimo,
y lo más íntimo no tiene nombre
ni sustancia, ni futuro.
Es incomunicable.
(Ríome yo de la poesía, ergo.)
Por eso es también triste.
Intransferible, evanescente.
Todo lo que sé hacer en la playa es:
mirar a la gente, jugar a las raquetas,
devolver las pelotas con sumo cuidado,
reducir al máximo la imprecisión,
los errores, leer esos libros usados
y las miradas que me devuelven.
¿Será sólo un entretenimiento?
¿Mientras todo pasa sórdido e implacable?
Yo pensaba que todo eso era sublime.
Que la consciencia de eso era sublime.
Ahora tengo mis dudas:
¿seré más viejo y más sabio, y, por tanto,
menos sabio, más joven y más loco?
Entonces: espero no confundirte
cada vez que me ponga a descifrar
el diccionario que me pediste.
(Hacía mucho calor hoy, ya ves.)
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