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ateo poeta

sed de ti

sed de ti


Sed de ti que me acosa en las noches hambrientas.

Trémula mano roja que hasta tu vida se alza.

Ebria sed, loca sed, sed de selva en sequía.

Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas.

Hacia dónde, en las tardes que no vayan tus ojos

en viaje hacia mis ojos, esperándote entonces?


Estás llena de todas las sombras que me acechan.

Me sigues como siguen los astros a la noche.

Mi madre me dio lleno de preguntas agudas.

Tú las contestas todas. Eres llena de voces.

Ancla blanca que cae sobre el mar que cruzamos.

Surco para la turbia semilla de mi nombre.

Que haya una tierra mía que no cubra tu huella.

Sin tus ojos viajeros, en la noche, hacia dónde.


Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla.

Cómo poder no amarte si he de amarte por eso.

Si ésa es la amarra cómo poder cortarla, cómo.

Cómo si hasta mis huesos tienen sed de tus huesos.

Sed de ti, sed de ti, guirnalda atroz y dulce.

Sed de ti que en las noches me muerde como un perro.

Los ojos tienen sed, para qué están tus ojos.

La boca tiene sed, para qué están tus besos.

El alma está incendiada de estas brasas que te aman.

El cuerpo incendio vivo que ha de quemar tu cuerpo.

De sed. Sed inifinita. Sed que busca tu sed.

Y en ella se aniquila como el agua en el fuego.



Pablo Neruda, en El hondero entusiasta




3 comentarios

Bosquimano -

Ser carnívoro plantea problemas medioambienales. Éticos no ya que matar animales y morir a sus manos es inevitable (matamos seres vivimos mientras caminamos, cuando nos tomamos una pastilla, cuando nos cargamos los pugones del jardín.... y nos matan a poco que pillemos un virus, bactería o loco al volante) pero no es esta la cuestión nerudiana (gran comilón) sino el deseo devorador carnívoro del amor. El mordisco amoroso y el mordisco gastronómico es similar. Los mamímeros nos mordemos cuando nos amamos. Ya sabemos que después del cerebro, y la piel, el órgano sexual más importante es la boca...¿pene?, ¿vagina?...me suena la palabra, pero ahora no caígo que es lo que es......
Siento disentir con al secta de los rumiantes. Yo no impongo mi dieta y ellos si quieren imponer el consumo de hierba. Odio los proselitismos, las religiones, las verdades absolutas y las imposiciones gastronómicas.
No quiero decir que comamos todos los días filetazo, solo que somos omnívoros, también omnívoros de poesía.

ateopoeta -

Neruda debía ser también un gran carnívoro de mujeres a las que (debido a un punto machista, tal vez) solía considerar puras, pálidas, tristes y silenciosas... pero de lo que no cabe duda es de que se entregaba con pasión gastronómica al amor y al sexo , o, al menos, a ornamentarlos con palabras como si de hierbas aromáticas y fuentes nutritivas esenciales se tratase... y eso no te puede dejar indiferente, por muy vegetariano que uno haya sido durante años ja, ja

Un abrazo, Bosquimano (tus relatos siempre tan conmovedores)

Bosquimano -

HAMBRE. A veces, por un instante, piensas en la otra vida que podías haber tenido a partir de un azar o esa decisión que te llevó hasta el aquí y ahora de tu vida. Carnívoros, vampiros, carroñeros, nos gusta el alimento palpitante, aquel que tuvo vida, somos devoradores de otros aun cuando a veces, en silencio, nos espante ese gusto si lo pensamos despacio. Pero la alternativa es la sórdida elección de los rumiantes o de los simples que piensan acaso que los vegetales no son seres vivos y no sienten la muerte cuando se les arranca de la tierra y convierte en alimento. Matamos para comer o delegamos esa muerte en otros. Hablamos de todo esto ante un asado. El asado, esa forma primitiva y deliciosa de transmutar lo crudo en lo cocido. Ese saber, ciencia, secreto de poner carne en el fuego y esperar su punto. El punto que convierte la carne fría en alimento caliente y delicioso. Podríamos comer solo frutas, semillas, leche, así no mataríamos. Y tu argumento se deshace en el crepitar del asado sobre las brasas. Has hecho el fuego en el jardín, esperado con paciencia a que la leña se haya convertido en carbón y luego, igual que la bruja de los cuentos, has echado al fuego hierbas secretas de olor intenso y has colocado la carne en el espetón después de untarla en cierto aliño que no me has dejado ver.
Amarse es devorarse, comer carne, también caliente, palpitante, rica. Amar es hacer fuego con el cuerpo. Y tu te ríes de mis palabras tontas y dejas que te coma cada parte de ti sin miedo. Tenemos una hora hasta que el asado esté a punto. Y eso basta por ahora. He esperado veinte años, el tiempo ha hecho madurar tu carne el punto justo y me sabe a lo que sabe la vida que uno sueña. No hay orden, pies, cuello, culo, labios, dedos, espalda, sexo, orejas, ombligo, cada parte es igual de comestible y rica.
Entiendo ahora esa canción excesiva y tropical, devórame otra vez, creo que se llama. Te vuelves a reír y abres las piernas y yo la boca.

Carne. No hay trampa ni cartón, ni sutileza. Su presencia no puede disfrazarse. Placeres de la Carne decían los píos con conocimiento de causa, porque placer es comer carne y también devorar la carne del amante. Muchas veces he mirado hacia atrás. Solo entonces descubrimos que el tiempo es una grieta enorme. Solo entonces echamos de menos el sabor que nunca paladeamos. Así que hoy, envueltos en el olor del asado que se hace despacio en el jardín, te toco y te beso como debí hacerlo entonces. Entonces no sabía hacer un asado, me dices. La edad, los años, pasados los cuarenta, hacen que la belleza de los cuerpos tengan muchos más rincones para saborear y que los gestos, más sabios, sean también más libres y dichosos. He amado a veinteañeras dulces como bizcocho caliente pero amas a una mujer que pasó los cuarenta y es carne, asado tierno, amor para devorar con hambre. Se que no te gustará mi comparación de cromañón macho, más no me importa. Yo o cualquier gastrónomo lector de edades sabrá valorar y afirmar lo que te digo.
Carne. Comemos el asado sin separar el espetón del fuego para que no se enfríe, para que se vaya haciendo lo que queda. Aliñaste también unas verduras asadas: pimientos, berenjenas, cebollas tiernas, calabacines, espárragos verdes, todo un festín de sabores y olores intensos, igual que el amor.
Yo, de natural pesimista, tenía la certeza de que ya nunca más nos encontraríamos. Ambos ya tan lejos, tan distintos y extraños, metidos cada uno en su madriguera laboral, en la costumbre fácil, la inercia cómoda, ese dejarse llevar hacia delante sin romper nada. La felicidad es carne, un asado y dos bocas con hambre y sin miedo a comerse. La carne se fue haciendo lentamente, se fue haciendo sabia, generosa, tierna, dejando atrás la belleza fácil de los cuerpos jóvenes, igual que el asado, el calor y el tiempo fue transformando su sabor hasta hacerse exquisita. Miles de generaciones de humanos devoraron asados y ese recuerdo está ahí dentro en el inconsciente colectivo que guarda los sabores.
Durante años no dejamos que se rompiera el hilo, pero un hilo no teje nada, apenas sujeta una cometa que el viento o las tormentas de los años acabará rompiendo. Pero no se rompió y un día tiramos del hilo y fuimos acercándonos hasta vernos de nuevo, tu y yo, dos cuarentones que veinte años atrás comieron e hicieron fuego juntos. Tu y yo, metidos ahora en una cama después de comer, haciendo siesta como los leones y como ellos ronroneando la golosina del deseo, el hambre satisfecha, la piel desnuda en el abrazo y el rumor del viento de la tarde en las hojas secas del jardín.
Entonces te digo o pienso o escribo: no quiero ser mañana tu amante, ni tu novio, ni tu amigo. Solo quiero ser carne en tu boca como ahora.