Ayer fuimos a comprar los Reyes
porque ya habían comenzado las Rebajas,
aunque, antes y después,
siento el mismo escalofrío de fracaso
cada vez que me sumerjo entre las masas
de eufóricos acólitos del mercado.
Mario expresó su maravillosa sorpresa
al comprobar cómo se coordinan,
tan espontáneamente, todas esas avalanchas
de eufóricos y fervientes acólitos
sin apenas tropezar, ni insultarse,
ni, mucho menos, cruzar sus navajas.
Para no aburrirle con zarandajas especulativas
sólo pude manifestarle idéntica y maravillosa perplejidad
y así pasar el día con un ápice menos de aturdimiento.
Después, ensimismado, como cuando suenan
esas notas de piano con una cadencia lenta
y enigmática, me pareció simpático contemplar
la coreografía de esas filas de coches retorcidas,
con urgente torpeza, para hacerle paso a una ambulancia.
Es la misma ingenuidad infantil
que me desborda cuando llueve
y me pregunto cómo se inclinarán los paraguas
de dos transeúntes enfrentados,
como si de una justa incruenta se tratara,
en cualquier acera estrecha.
Entonces vuelvo a sentir
la más hiriente derrota,
pues estos versos, desde que patean en mi vientre,
me parecen en exceso pop,
banales, prosaicos, como si huyeran solos
de los absolutos y de las academias.
Pero ya no tiene remedio
y recapacito por unos instantes:
cuántos hombres se habrán parado hoy a recapacitar,
cuántos habrán conversado sobre sus sentimientos,
cuántos se habrán hecho una docena de firmes propósitos
para el año ya estrenado, sin el menor atisbo
de que, otra vez, los astros y la lotería jueguen a su favor.
Como si siempre quedaran indemnes
los verdaderos artífices del crimen.
Hoy no he abierto la prensa
y, además, sigo fervientemente enamorado.
Por eso no me explico el porqué
de estas inútiles divagaciones.
2 comentarios
ateopoeta -
Polikarpov -
Mi sorpresa es porqué no hay rebelión cuando un objeto que antes valía 100 se vende ahora por 10. ¿hasta ese punto asumimos el robo?