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ateo poeta

cosmos y vidas

cosmos y vidas


Cuanto más me irritan los discursos religiosos en boca de jerarcas eclesiásticos y líderes mesiánicos de todo pelaje, más tiendo a refugiarme en la literatura científica más dura a mi alcance. “A mi alcance” significa que sea digerible, intrigante y cargada de esa belleza que te desborda cuando sientes que vas descubriendo una racionalidad oculta en el mundo. En el campo de las ciencias naturales mi osadía no suele pasar del nivel de la divulgación científica y el interés suelo alternarlo con otros géneros, según el ciclo de vida en el que me encuentre. Por distintas razones, en los últimos meses he adquirido varios libros sobre cosmología, darwinismo, energías y cibernética. El año pasado ya me había incursionado en el campo de la paeloantropología y, como quien no quiere la cosa, voy atando cabos de materias en las que a veces reconozco a mis hijos adolescentes más duchos que yo. Por eso al principio compro los libros pensando en seguir alimentando sus curiosidades, pero antes de regalárselos prefiero cerciorarme yo mismo de lo que acontece en sus páginas y acabo tan enganchado en su lectura como con la poesía y la prosa más refinadas.


El último que he finalizado se titula “Aves, maravillosas aves. Los diálogos entre el cielo y la vida” y su autor es Hubert Reeves. Aparte de enriquecerme con hipótesis acerca de la complejidad en la naturaleza y de seguir tentándome a encontrar sustanciosas analogías con lo que ocurre en la sociedad, me han parecido fascinantes los hechos que enlaza entre la evolución del universo y la evolución de las especies en este planeta finito en el que moramos. El científico que se mete a divulgador suele dar rieda suelta a sus pasiones y va colando trozos de su biografía en un relato en el que pretende equilibrar el entretenimiento y la explicación científica de hechos relevantes. Así que Reeves, en este sentido, domina bien este arte de la comunicación ya sea para hablar de la migración de las aves o de las erupciones volcánicas. Para mayor deleite, cada dos páginas te acompañan una o más ilustraciones esclarecedoras: mapas, esquemas, grabados y hasta líricas fotografías.


En los primeros capítulos reconstruye los instantes iniciales del universo y la formación de nuestra galaxia, del planeta Tierra y de su satélite lunar, según las teorías más aceptadas. Todo proviene de estallidos y amalgamas de materiales dispersos. El cosmos está lleno, además, de piedras volantes que siguen chocando entre sí. De ahí esa imagen de la Luna plagada de cráteres. Lo curioso es que la Tierra ha recibido igualmente millones de impactos a lo largo de su historia: del impacto de un asteroide gigante se expulsó tanta materia al espacio que ésta se reunió entre sí para formar la Luna; por el impacto de un meteorito gigante en el Yucatán mexicano se extinguieron la mayoría de los dinosaurios y de los pocos que quedaron surgieron después esas miles de aves que parecen tan dulces y plenas en su dominio de los cielos. Y de “ahí fuera” siguen cayendo objetos, aunque los más grandes vienen cada más tiempo (cientos de millones de años), mientras que los más minúsculos caen con mayor frecuencia de la que nos imaginamos (miles de ellos cada año); pero nunca dejan de venir, de caer, de erosionar y de interrumpir la “apacible” vida terrestre. Todo está vivo, todo se mueve. Del mismo modo, las órbitas de los planetas de nuestro sistema solar no son absolutamente regulares, sino que van acumulando modificaciones que dentro de miles de millones de años pueden dar lugar a cataclismos planetarios, aunque ahora parezcan un portentomde estabilidad y orden.


Y, sin embargo, el universo se expande, se enfría y se dirige a una muerte térmica segura, al estado de máxima entropía y equilibrio... Reeves encuentra múltiples indicios de cómo la materia y los organismos vivos se resisten, no sabemos hasta cuándo, a esa tendencia. El cambio es constante en el universo. Y, curiosamente, todos los fenómenos y seres que lo sufren están sujetos tanto a unas pautas de regularidad y convergencia, como a accidentes fortuitos y decisivos para que, por ejemplo, sobreviva una u otra especie. Los gatos y las serpientes perciben, “ven”, la radiación infrarroja; algunas aves, incluso las ultravioletas; el ojo humano tan sólo entiende una pequeña fracción del conjunto de ondas electromagnéticas entre las dos anteriores... En fin, sólo son algunos recuerdos de los primeros capítulos; imaginad todo lo que queda en un libro así para seguir seduciendo ese afán de saber que tantos profesores truncaron indolentemente durante los años de encarcelamiento escolar (mi homenaje, no obstante, para aquéllos pocos que me enseñaron a usar el espíritu científico para animar a romper las rejas y a ejercer el libre albedrío con “conocimiento de causa”). La humildad y la hermosa perplejidad que te inundan leyendo libros así, en todo caso, no tienen precio. Por desgracia, esta maravillosa comprensión del mundo no parece haber sensibilizado mucho a tanto predicador, comerciante de almas y arengador militar a la vista de su triste abundancia.



1 comentario

Polikarpov -

Como tú, solo encuentro poesía en la ciencia. Las religiones o las supersticiones, como la magia, es mejor que no salgan del circo.
Somos universo, nuestras partículas o átomos seguirán por ahí como antes ya existían ¿eternidad? llámalo X, pero no cielo.