La edad de la ignorancia
El protagonista de La edad de la ignorancia (Denis Arkand, 2007) es un hombre maduro, funcionario, casado, con dos hijas y una vida de lo más normal. Precisamente esa normalidad anodina, alienante y patética es la fuente de sus desgracias. La sexualidad con su mujer se ha evaporado, sus hijas sólo escuchan sus propias músicas y pensamientos, su jefa ejerce de policía con manía persecutoria de sus retrasos por la mañana, de sus pitillos a escondidas y hasta de su lenguaje políticamente incorrecto. La rutina diaria es un suplicio diario. La única mujer con la que todavía tiene un vínculo de ternura, su madre, está moribunda, sola e ida en un hospital. Lo único que le queda para evadirse de esa vida absurda es la fantasía y, sobre todo, las fantasías eróticas: con una modelo-actriz, con una periodista que le entrevista cuando -en su imaginación- gana un premio literario, cuando es elegido candidato del partido quebecquois... Esas evocaciones con todo lujo de detalles y su mezcla constante con episodios cotidianos no menos absurdos (como cuando conoce a una pirada que se cree una princesa medieval) van plagando la historia de un humor delirante, de ese de reír para no llorar. Sublime es, en especial, la escena en la que una comisión laboral juzga al protagonista por haber usado la palabra “negro” y una experta jurista señala que ¡ha sido suprimida del diccionario de Canadá! Todas las frustraciones que desfilan magistral y sarcásticamente por este sainete no ocluyen, sin embargo, el esbozo de unos leves visos de esperanza para que este hombre dimita de todo lo que le hace infeliz.
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ateopoeta -
Polikarpov -
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