autobiografía relajante
“Algunos rasgos de mi personalidad sexual contienen pequeñas tendencias regresivas. A ellas remitiré asimismo la costumbre de consumar el acto sexual en un máximo de puntos del espacio conocido. Algunos de esos puntos son los que permiten a la pareja manifestar la urgencia del deseo y ensayar al mismo tiempo posiciones inéditas, entre la salida del ascensor y la entrada del piso, en la bañera o sobre la mesa de la cocina. Entre los más excitantes figuran los espacios de trabajo. Ahí se articulan el espacio íntimo y el espacio público. Un amigo, con quien me veía en su despacho, que daba a la calle de Rennes se la hacía mamar de buena gana delante del tabique de cristal que llegaba hasta el suelo, y la eufórica agitación del barrio, que ascendía hasta mí, arrodillada a contraluz, participaba claramente en mi placer. En la ciudad, a falta de un horizonte lejano, me agrada tener un punto de mira desde una ventana o un balcón cuando aprisiono en una cavidad secreta una polla lánguida. En casa, paseo una mirada vaga por encima del patio estrecho y por las ventanas de los vecinos; desde un despacho que ocupaba en el bulevar Saint-Germain contemplaba la fachada maciza del Ministerio de Asuntos Exteriores. He hablado también de algunos de esos puntos al mencionar el temor exquisito de exponerse a la mirada de testigos involuntarios. Yo añadiría a esa tentación exhibicionista la pulsión de marcar mi territorio, como haría un animal. A semejanza del lemur que define con unos chorros de orina el espacio que será suyo, dejas caer unas gotas de esperma en un peldaño de la escalera o la moqueta de un despacho, impregnas con tu efluvio el cuchitril donde todo el mundo deposita sus cosas. Al inscribir sobre ese territorio el acto por el cual el cuerpo trasciende sus propios límites, uno se lo apropia por ósmosis. Y te adueñas del espacio del prójimo. No hay duda de que en esta conducta hay una parte de provocación y hasta de agresividad indirectas hacia los demás. La libertad parece tanto mayor cuanto que te la otorgas en un lugar donde la cohabitación profesional impone normalmente reglas, limitaciones, aunque compartas ese lugar con las personas más discretas y tolerantes. Sin contar con que al anexionar eventualmente a tu esfera muy privada pertenencias ajenas, un jersey que alguien ha olvidado allí y que utilizas para asentar el trasero, la toalla de los lavabos del piso con que te vas a restregar la entrepierna, los involucras en cierto modo, sin que ellos lo sepan.”
Catherine Millet, La vida sexual de Catherine M.
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